domingo, 21 de marzo de 2010

Genocidio de pueblos originarios ---2010-03-21 01:04:24

Genocidio de pueblos originarios

Durante la denominada Campaña del Desierto se procedió a aplicar desde el Estado argentino un proceso genocida contra los pueblos originarios. Fundamentos para entender una práctica que tiene su continuidad.
CLAUDIA SALOMÓN TARQUINI*
Durante muchos años se pretendió mostrar una imagen de La Pampa como una isla en los años sangrientos de la dictadura de 1976-1983. Esta visión ha sido rebatida ya por varios trabajos que dan cuenta de la represión por esos años en estas tierras. Actualmente, organizaciones de pueblos originarios reclaman el reconocimiento de las políticas hacia sus antepasados como el primer genocidio en Argentina. ¿Es aplicable este concepto a lo que sucedió en Patagonia y la región pampeana? En este artículo sostenemos que sí lo es, y haremos referencia a prácticas llevadas a cabo en ese sentido en el territorio que se corresponde con la actual provincia de La Pampa.
¿Qué es y qué no es?
El artículo 2° de la Convención de las Naciones Unidas para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, sancionada en 1948 establece que "se entiende por genocidio cualquiera de los actos mencionados a continuación, perpetrados con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo nacional étnico, racial o religioso como tal: a) Matanza de miembros del grupo; b) Lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo; c) Sometimiento intencional del grupo a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; d) Medidas destinadas a impedir los nacimientos en el seno del grupo; e) Traslado por fuerza de niños de un grupo a otro grupo.
"Como señala Daniel Feierstein, director del Centro de Estudios sobre Genocidio en la Universidad Nacional de Tres de Febrero, es necesario ser cuidadosos para evitar aplicar el concepto a experiencias que a pesar de que las consideremos reprobables, no están orientadas a un proceso genocida. Para ejemplificar su punto de vista, el investigador analiza si es factible que consideremos como tales a las víctimas de las políticas neoliberales de los años 90 en Argentina, y concluye que no es posible extender de tal manera el concepto. En las prácticas sociales genocidas -explica este sociólogo- el Estado organiza una maquinaria de aniquilamiento sistemático de una fracción delimitada de la sociedad, elegida y seleccionada en función de su origen, ideas políticas o prácticas sociales. A diferencia de ellos, en las políticas neoliberales referidas, se trata de la implementación de una política económica en la que el estado se desentiende del destino de su población en pos de apoyar el incremento desmesurado de la ganancia de algunos grupos sociales.
Argumentos.
Ahora bien, si nos remontamos a los motivos de las campañas de 1878-1885 contra los pueblos originarios que habitaban la región pampeana y patagónica, alguien podría argumentar que -más que el exterminio de la población indígena- lo que se pretendía era obtener las tierras para garantizar extraordinarias rentas a determinados grupos de poder; y que, como estos pueblos no fueron eliminados físicamente en su totalidad, no sería posible hablar de genocidio. Contra este razonamiento sostenemos dos objeciones: en primer lugar, que no es factible categorizar una práctica genocida en función de los resultados (después de todo, el Holocausto tampoco eliminó físicamente a toda la población judía), sino de los objetivos y los dispositivos puestos en marcha para hacerlo. En segundo lugar, si bien es cierto que el objetivo en última instancia era incorporar las tierras al control nacional como un recurso fundamental, para buena parte de la elite argentina, era indispensable terminar con la inexistencia de grupos indígenas constituidos como tales -esto es, en agrupaciones autónomas-. Así, toda la maquinaria estatal se puso a disposición de eliminar -aunque no físicamente a la totalidad de la población- a las sociedades indígenas como tales. Veamos en qué consistieron estos dispositivos, con algunos ejemplos particulares de lo sucedido con las poblaciones que habitaban lo que años más tarde sería La Pampa. El lector podrá observar que varias de las prácticas mencionadas en el artículo 2° citado al inicio de este apartado, se encuentran presentes en esa triste historia.
Prácticas genocidas.
La más conocida de estas prácticas es por supuesto el exterminio físico. Entre mayo y diciembre de 1878 el ejército comandado por Julio A. Roca realizó 23 expediciones, en las que fueron ultimadas 398 personas, se tomaron prisioneros 901 lanceros y 3.668 miembros de sus familias. Meses después, durante 1879 fueron asesinados 1.313 lanceros, y tomados prisioneros más de 10.000 indígenas entre hombres, mujeres, niños y ancianos. En estas cifras no se incluyen los que fueron asesinados en persecuciones, muertos por hambre en el mismo territorio, o diezmados por las epidemias de viruela, que hicieron estragos entre la población nativa. A pesar de las versiones oficiales sobre "enfrentamientos" militares, el encierro en campos de concentración y fusilamientos también fue una práctica tristemente habitual en este contexto: los ranqueles recuerdan en particular la masacre de Pozo del Cuadril, en Villa Mercedes, ocurrida en octubre de 1878, cuando un grupo de lanceros fue a buscar las provisiones prometidas por un tratado de paz firmado meses antes. En esa ocasión, entre 50 ó 60 ranqueles fueron encerrados en un corral y fusilados a sangre fría, en un episodio que la prensa nacional resaltó escandalizada. Además de los campos de concentración cuya existencia se ha podido verificar en nordpatagonia, otras memorias de viajeros indican la presencia de campos de este tipo en la zona de Puán y de Bahía Blanca, donde los prisioneros esperaban su traslado hacia destinos laborales muy distantes. El campo de concentración más conocido fue el de la Isla Martín García.
Desde estos puntos, se proseguía con el desmembramiento de familias completas: los hombres adultos podían ser enviados a las distantes zafras azucarera, yerbatera y algodonera, o eran incorporados a la policía, el ejército y la marina. Como han demostrado investigaciones de José Carlos Depetris y de Diana Lenton, la presencia de pampas y ranqueles en los ingenios azucareros de Tucumán implicaba el trabajo en condiciones de esclavitud y el cambio de nombres, así como la represión de sus prácticas culturales. A su vez, los niños y mujeres eran distribuidos al servicio doméstico urbano de familias acomodadas de Córdoba y Buenos Aires.
Identidades rotas.
A la vez, fue común la supresión de los nombres indígenas y la clasificación de los nativos sobrevivientes y sus descendientes como "argentinos" en dos ocasiones de fundamental importancia: al bautizarlos, cuando se les imponía un nombre y apellido distinto en sustitución del original; y en los recuentos censales, considerándolos incluidos dentro la categoría argentino nativo. Este último procedimiento, sumado a un discurso que destacó la importancia efectiva del aporte inmigratorio, contribuyó a enmascarar la significación de la población de origen indígena, invisibilizando a sus miembros.
Por otro lado, la expropiación de sus tierras y la denegación sistemática a entregarles otras, era parte de una política que pretendía desconocer todo tipo de liderazgo indígena previo a 1878, y a la vez impedir que esta población se asentara en forma concentrada en determinados lugares. Los gobernadores del Territorio de La Pampa se negaron una y otra vez a hacer lugar a los pedidos de parcelas. Eduardo Pico sostenía en 1896, que "Permitírsele agruparse en la forma en que antes estuvieron y volver a la vida del aduar seria condenarlos a una perpetua barbarie. El aislamiento de su casta borraría inmediatamente las nociones de vida ordenada que han adquirido evitando las tendencias de sus espíritus salvajes. Las tribus no pueden, no deben existir dentro del orden nacional. Las que tubieron [sic] su asiento en este territorio se encuentran también dispersas diseminadas en los departamentos los individuos que las componían, allí viven felices, entregados a las faenas de campo amparados como los demás ciudadanos por las leyes protectoras de la Nación y divorciados por completo de la autoridad de los caciques sus antiguos gefes [sic]. /.../ la práctica ha demostrado lo perjudicial que son á los vecindarios las agrupaciones de indígenas, tanto en lo que se relaciona á sus intereses, cuanto en lo que concierne a sus costumbres y moralidad" (en expediente 1.150 letra D, del Departamento de Tierras, Colonias y Agricultura, "Díaz Francisco s/tierra para su tribu", Fondo Tierras, Archivo Histórico Provincial).
La cita contiene muchos de los elementos presentes en los discursos que justifican un genocidio: la necesidad de impedir el agrupamiento ("Las tribus no pueden, no deben existir dentro del orden nacional"), la destrucción de sus lazos sociales ("dispersas diseminadas en los departamentos", "divorciados por completo de la autoridad de los caciques"), la desvalorización de sus prácticas culturales ("las tendencias de sus espíritus salvajes"), la expropiación de sus recursos y la explotación laboral ("entregados a las faenas de campo"). Detrás del discurso del "progreso" y de la Argentina como "granero del mundo" estaban los exterminios, las familias desmembradas, los grupos dispersados.
Finalmente, otra de las prácticas habituales, y cuyos efectos continúan hasta la actualidad, fue la desvalorización de las prácticas culturales de los vencidos. Frente a éstas, se subrayó el carácter positivo de las que portarían los inmigrantes extranjeros, y la población indígena fue asociada a la haraganería y al consumo excesivo de alcohol. Enrique Stieben señalaba aún en 1939, en sus conferencias radiales, que los indígenas en La Pampa "van desapareciendo, debilitados por el alcohol, el tabaco y la miseria producida por su incapacidad técnica y su absoluta falta de cultura. Entendemos ahora por qué no fue suficiente ni aconsejable otorgar a las tribus tierras en posesión común. Tampoco habría sido útil otorgar escrituras a título individual sobre leguas y más leguas. Los indios padecían una completa falta de las nociones de orden, administración doméstica y trabajo".
El genocidio continúa.
Matanzas como la de Pozo del Cuadril u otras similares de las últimas décadas del siglo XIX no fueron las últimas realizadas contra pueblos originarios en Argentina. En julio de 1924 tuvo lugar la masacre de Napalpí, contra tobas y mocovíes, en el Territorio Nacional del Chaco, bajo la presidencia de Marcelo T. de Alvear (más de doscientos muertos), y en octubre de 1947 la matanza de La Bomba, contra los pilagá en el Territorio Nacional de Formosa, durante la presidencia de Juan Domingo Perón. Esta última se inició con el fusilamiento de cientos de personas por parte de Gendarmería Nacional, y las persecuciones de sobrevivientes para rematarlos se prolongaron por diez días. Hasta la actualidad, se desconoce el número de víctimas, aunque se estima en varios centenares. Ninguno de los dos casos fueron "excesos" de dictaduras o de fuerzas armadas: son ejemplos de una larga lista de los procesos sociales genocidas instrumentados sistemáticamente contra los pueblos originarios con el objetivo de que nada perturbara la homogeneización social y la explotación laboral. La pregunta es entonces qué tipo de sociedad se había construido para entonces que permitía la permanencia de estas prácticas. Como demuestran varios investigadores, el exterminio físico es una etapa del proceso genocida que para ser legitimada debe ser precedida por construcciones discursivas que nieguen condiciones de humanidad al otro, lo hostiguen, lo aíslen y finalmente justifiquen el ataque contra ellos. Quizás las discusiones sobre Roca y sus contribuciones al Estado nación en construcción resultan incómodas porque nos devuelven una imagen difícil de aceptar como argentinos. Esta imagen no sólo negaba la posibilidad de incorporar a otros distintos en la construcción de la nación, sino que fundaba la legitimidad de prácticas de exterminio de estos otros. Y lo incómodo es la persistencia de esta negación, que siguió siendo aceptada por buena parte de la sociedad argentina -especialmente la que miraba a Europa como modelo a seguir-, y es recreada cada vez que quien no es indígena se arroga el derecho de poner límites y establecer quién es indígena y quién no lo es, habla de "indios inventados", o resta legitimidad a sus reclamos. Cada vez que alguien se identifica como indígena en Argentina y otros le niegan su derecho a hacerlo argumentando que los indígenas fueron exterminados, que en todo caso son "descendientes" pero no "verdaderos indígenas", las prácticas genocidas vuelven a mostrar su prolongada eficacia.

*Historiadora. UNLPam-Conicet
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laarena

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Perdón por el genocidio de los pueblos originarios--31 de Mayo de 2009

31 de Mayo de 2009

Transitando los caminos de la historia - Nota 175 - Parte 1

Perdón por el genocidio de los pueblos originarios

Entrevista con el historiador Osvaldo Bayer

Escribe: Jesús Chirino


Nuevamente Osvaldo Bayer ha visitado Villa María. La Asamblea “Todos por la Justicia” le entregó una plaqueta en reconocimiento a su dilatada y coherente trayectoria, un día después la Universidad Nacional de Córdoba le otorgó el doctorado Honoris Causa. El historiador ha recibido numerosos galardones, de diferentes instituciones. En el 2007 el INADI lo premió por sus buenas prácticas contra la discriminación y a favor de la valoración de la diversidad. Entre otras cosas, se celebró su “actividad militante respecto a la defensa y reconocimiento de las comunidades aborígenes”. Dialogamos con él sobre esta problemática y la historia.
Seducido por la historia
Recuerda que en su niñez ya se relacionaba con la historia por influencia de su padre que era un gran lector “y un gran amigo de la historia, siempre cuando almorzábamos o cenábamos él nos hablaba algo de historia, eso me trajo la curiosidad, desde muy chico, ya desde los siete años comencé a leer libros de historia, uno leía todo lo que era de aquel tiempo, por ejemplo a Juan Manuel Gálvez con su historia de Rosas”. Su interés también lo llevaba a leer apasionantes novelas de autores como Alejandro Dumas o Salgari que, aclara, “siempre una parte histórica tenían”. A la par de esto realizaba sus estudios en la escuela, allí “iba aprendiendo con la historia de Grosso. Siempre fue lo que más me interesó, me acuerdo que en casa comprábamos el diario La Prensa que traía fichas históricas y yo las recortaba a todas. Todavía tengo en mi casa las fichas históricas que se editaban en aquellos tiempos”. Repasa sus recuerdos y señala que también en su adolescencia le interesaba la historia, “se notaba por las notas altas que he sacado, comparado con lo que sacaba en matemáticas o en dibujo, por ejemplo”.
En su recorrido universitario se propuso estudiar filosofía, pero consideró que antes de “conocer el alma” tenía “que conocer el cuerpo”. Cursó con éxito primer año de medicina y luego ingresó a filosofía, “pero fue en el primer gobierno de Perón, inmediatamente después de la revolución de Ramírez y Farrell que estaban muy bien con la Iglesia y se había entregado esa Facultad de Filosofía a la Iglesia Católica. La verdad que yo no quería estudiar solamente lo que nos enseñaban que era Santo Tomás de Aquino, entonces decidí irme a estudiar filosofía a Alemania. Yo tenía una gran curiosidad por ver cómo era esa Alemania de posguerra (el hambre que sufrí en esa Alemania de posguerra), cuando llegue empecé a estudiar filosofía”.
Entonces notó que le hacía falta “estudiar la historia del hombre” y se inscribió en esa carrera. Ahora, luego de toda una vida dedicada a la historia dice “y me quedé en historia y ya no tomé filosofía… poco después comenzaría con mis investigaciones”.
El valor de las historias locales
Luego regresaría a la Argentina y en algún momento toma le decisión de escribir libros de historia con un estilo que, sin perder profundidad, todos pudieran entender. Hablando de las historias de las pequeñas ciudades y pueblos, Bayer dice “para mí la historia comienza ahí, en los pueblos, en la región. Siempre me ha gustado, me ha entusiasmado conocer la historia de los pueblos, tanto es así que una vez ofrecí, en el diario en que trabajaba, que me dieran un auto y un fotógrafo para ir por los pueblitos totalmente desconocidos, esos que no los conoce nadie que apenas, algunos, figuran en el mapa y conocerlos para hablar de su historia y de los sueños de cada pueblito en ese momento. Así que siempre he tenido una tendencia a eso y realmente estoy muy agradecido a los historiadores regionales, los aplaudo, me parece que eso es ir al corazón de la existencia del ser humano: cómo se originaron los pueblos, cómo vivieron esas primeras familias”.
Roca con “r” de racismo
Entre todos los trabajos que ha realizado Bayer se encuentran aquellos relacionados con los pueblos originarios y la figura de Julio Argentino Roca. Sobre esta figura dice que empezó “a descubrir que se ha tapado todo, que se lo ha puesto como si fuera un héroe nacional y que realmente fue un genocida. Hay que leer sus comunicados, hay que leer todo lo que ha hecho. Dicen que Roca trajo el progreso, pero hay que preguntarse el progreso para quién. Realmente es increíble el racismo de ese hombre que en todos sus comunicados, a los pueblos originarios los llama los salvajes, los bárbaros. Cuando habla en sus discursos repite los salvajes, los bárbaros”. Podría creerse que era esa la única manera en que antiguamente se referían a los pueblos originarios. Entonces Bayer nos recuerda que “San Martín siempre habló de nuestros paisanos los indios” y siguen las citas de próceres como “Manuel Belgrano que tiene cosas increíbles sobre los pueblos originarios, lo mismo Castelli o Moreno quien hace su tesis doctoral defendiendo los pueblos originarios”
¿Por qué tanta diferencia en la forma de verlos, qué interés había de por medio? Bayer responde, “evidentemente fue el interés por la tierra”. También nos entrega pistas para entender cómo se fue configurando una imagen distorsionada de los pueblos originarios, “antes de la campaña del desierto hay toda una campaña de los diarios de Buenos Aires. Uno de ellos es Estanislao Zeballos que empieza con una campaña completamente racista contra los pueblos originarios”.
¿Pero, ésta fue la única manera de ver los pueblos originarios? Bayer responde con otro nombre de la historia, Alsina: “contra la denominada Campaña del Desierto de Roca está el proyecto anterior de Alsina que realmente era mucho más humano. La zanja de Alsina, que ahora nos parece de una imaginación increíble”. Hacer una zanja a lo ancho del país. Ese proyecto había una concepción diferente del indio. Bayer señala que Alsina sostenía que no podía enseñársele “a los indios, el derecho a la propiedad porque ellos no tienen un sentido de la propiedad todo pertenece a la comunidad. Ellos ven un animal y necesitan comer y toman ese animal. No saben que esa vaca pertenece al señor Martínez de Hoz, al señor Smith o al señor Wilson. Entonces hagamos lo siguiente, una zanja a lo ancho de todo el país de cinco metros de ancho por tres de fondo, de manera que cuando ellos vienen con la caballada pueden saltar y venir a nuestras pampas pero cuando se quieren llevar nuestras vacas no pueden porque la vaca tiene el tranco corto y no puede saltar esa zanja y si la empujan se caen. Entonces así van aprendiendo que no pueden llevarse las vacas”.
Entonces no había una sola manera de ver al “indio” pero Alsina muere y Roca “termina con ese proyecto de la zanja y señala que hay que exterminarlos directamente”. Y así se hizo. Bayer también recuerda los comunicados de Juan Manuel de Rosas, que aconsejaba “a los estancieros no matar a los indios”, les recomendaba llevarlos a sus estancias como peones al igual que él mismo hacía y afirmaba “son los más trabajadores y nunca se fijan en el horario para trabajar”. Aunque el mismo Rosa reconoció haber matado tres mil indios “en su primera campaña al sur en la que llegó hasta la isla Choel Choel”.

(Continuará el próximo domingo)

eldiariocba
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Justificando la Campaña del Desierto-Las tierras fiscales en el Puelmapu-Jul. 17, 2003 at 7:37 AM

Justificando la Campaña del Desierto


Por Kolectivo Lientur - Thursday, Jul. 17, 2003 at 7:37 AM

Las tierras fiscales en el Puelmapu

Por Claudia Salomón Tarquini * / 17 de julio de 2003
"Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador" (Proverbio africano citado por Eduardo Galeano).
Grande ha sido mi sorpresa al leer la nota de opinión del ministro de la Producción, Néstor Alcala, publicada en LA ARENA el pasado 7 de julio. El representante de un gobierno que _al tiempo que ha apoyado la repatriación de los restos del cacique mapuche Mariano Rosas_ termina por justificar en este escrito el genocidio llevado a cabo en las mal llamadas "Campañas del Desierto" de fines del siglo XIX. No voy a entrar en discusión respecto del proceso de evolución de la estructura productiva y los sistemas de tenencia de tierras en la provincia porque no es mi área de estudio, pero sí me interesaría hacer algunas observaciones respecto de las apreciaciones del ministro según las cuales "el proceso de apropiación de la tierra rural en La Pampa fue analizado y descrito por numerosos historiadores y estudiosos, que recurrieron a la abundante, detallada y precisa documentación existente. En forma muy resumida, puede concluirse que se fue concretando con posterioridad y como consecuencia casi inevitable de las campañas militares organizadas por el Gobierno Nacional para desalojar a los indios y terminar así con los daños que provocaban con sus malones y correrías en poblaciones y estancias establecidas más al este" y "el Estado Nacional dispuso de enormes extensiones de campo, sin población ni mensuras". No puedo dejar de observar una serie de errores en que incurre el señor ministro sobre estos aspectos. En primer lugar, no todos los historiadores han llegado a este supuesto "consenso", y bien se sabe que, aunque es por supuesto posible que haya diferencias entre los profesionales, y que uno pueda recurrir a uno u otro para respaldar el punto de vista propio, hay explicaciones y reconstrucciones históricas que tienen más seriedad y otras que las tienen menos. Actualmente, se considera que un estudio histórico mínimamente serio debe contener:
1) el relevamiento de estudios preliminares y la confección de un "marco teórico" que le permita al investigador abordar problemas y formular explicaciones que vayan más allá de la simple descripción de los "hechos"; 2) la crítica de fuentes, de manera tal de no reproducir acríticamente los términos volcados en los documentos que se consultan.Ahora bien, aunque el señor ministro no cita quiénes son los historiadores a los que se refiere, una buena parte de los que defendieron y legitimaron desde los espacios científicos las campañas militares lo hicieron en nombre de las supuestas tropelías que cometían los indios (malones, etc.), y argumentando _palabras más, palabras menos_ que los "indios" eran nómades, y que su principal sustento era el robo de ganado, sin que trabajaran la tierra, etc. Esos prejuicios en estos historiadores provenían de una visión política fuertemente sesgada (diríase que tendía más bien para el lado de los cazadores que el de los leones) y que las últimas investigaciones en etnohistoria (que han combinado metodologías y conocimientos de la historia, antropología, lingüística, etc.) han permitido matizar, quedando ya descartada a esta altura la imagen del "indio" nómade cazador y "malonero" (y un largo etcétera), que ha sido reemplazada _al menos entre los historiadores profesionales_ por la de complejas sociedades articuladas espacialmente en diferentes niveles, con estrategias de obtención de recursos diversificadas (caza, recolección, crianza de animales, intercambios varios, y cultivos). Insisto en que no sé a qué historiadores se refiere el señor ministro, pero está comprobado que la práctica de cultivos en diferentes intensidades era común entre las sociedades indígenas de la región pampeana ya para antes del siglo XIX (para no abrumar al lector con demasiadas citas sólo mencionaré aquí los de los historiadores Miguel A. Palermo y Raúl Mandrini), y que los partes de la Conquista del Desierto indican que las tropas avanzan _además de matando a los varones adultos, y llevándose a las mujeres y los niños_, quemando cultivos. Al menos una parte de los historiadores profesionales ha probado fehacientemente y también con abundante documentación que el argumento de que los grupos indígenas no aprovechaban la tierra, y que vagaban por las pampas a la deriva es una idea sin sustento empírico, y que ya ha sido totalmente superada. Es decir que estos espacios estaban poblados, itinerados, reconocidos, y puestos en producción en diferentes escalas en forma previa a las campañas militares. Lo cual deja al descubierto, como también lo han probado otros historiadores, que la obtención de las tierras que éstos ocupaban no era en nombre de los malones que éstos cometían _ésta sería en todo caso la excusa_ olvidando mencionar que esto también estaba relacionado con las ilegítimas apropiaciones por parte de los españoles y luego de los criollos ya en época posindependentista.

Porque esas tierras le resultaban imprescindibles a las elites de la época para llevar a cabo la producción necesaria para exportación en el marco de los procesos económicos mundiales de fines del siglo XIX, que asignaban a países como Inglaterra el rol de productor industrial, y a países como Argentina el de proveedor de materias primas, oportunidad que le daría altos beneficios que justificaban la expropiación de las tierras a los grupos indígenas que éstos ocupaban y producían. Esta cuestión también ha sido ampliamente estudiada por diversos historiadores y no creo que sea necesario citar autores por tratarse de posturas ya incorporadas incluso a los manuales de historia escolares actuales. En resumen, como miembro del "gremio de los historiadores" quizás deba hacerme una autocrítica porque nuestras posturas no alcancen a veces la necesaria difusión de manera tal que no se incurra en errores por ignorancia de las últimas tendencias en historiografía, de manera que quería aprovechar este espacio para destacar estos aspectos y para dejar en claro que todos los historiadores de una u otra manera tienen una visión parcial de la realidad: tanto aquellos a los que debe referirse el señor ministro como la que suscribe las tenemos, y ello no nos hace menos científicos, sino más o menos serios en el desarrollo de nuestra profesión. Y no todos los historiadores reivindicamos la empresa de la apropiación de tierras por parte del estado nacional como un hecho "inevitable" que debía darse ineluctablemente (ya se sabe que la historia no lleva un curso definido hacia un momento específico). En ningún lugar estaba escrito que sociedades de este tipo debieran sucumbir ante el avance de un supuesto "progreso" (la idea de "progreso", también lo han comprobado numerosos estudios, lejos de ser un hecho de la realidad, es una construcción ideológica en la que jugaron factores de poder que no viene al caso mencionar). Se trató de una "guerra" en la que la relación de fuerzas se definió en ese momento específico a favor de la sociedad nacional. No hagamos de ello una empresa heroica, menos aún cuando los partes de la conquista no mencionan prácticamente bajas por parte del ejército nacional, sino que la mayoría de las bajas pertenecieron al mismo lado. * Licenciada en Historia. Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de La Pampa, Argentina.

PÁRRAFOS DEL INFORME OFICIAL DE LA COMISIÓN CIENTÍFICA agregada al Estado Mayor General de la EXPEDICIÓN AL RÍO NEGRO (PATAGONIA) realizada en los meses de Abril, Mayo y Junio de 1879, BAJO LAS ORDENES DEL GENERAL JULIO A. ROCA (Buenos Aires, 1881)
"El año 1879 tendrá en los anales de la República Argentina una importancia mucho más considerable que la que le han atribuído los contemporáneos. Ha visto realizarse un acontecimiento cuyas consecuencias sobre la historia nacional obligan más la gratitud de las generaciones venideras que la de la presente, y cuyo alcance, desconocido hoy, por transitorias cuestiones de personas y de partido, necesita, para revelarse en toda su magnitud, la imparcial perspectiva del porvenir. Esos acontecimientos es la supresión de los indios ladrones que ocupaban el Sur de nuestro territorio y asolaban sus distritos fronterizos: es la campaña llevada a cabo con acierto y energía, que ha dado por resultado la ocupación de la línea del Río Negro y del Neuquén"."Se trataba de conquistar un área de 15.000 leguas cuadradas ocupadas cuando menos por unas 15.000 almas, pues pasa de 14.000 el número de muertos y prisioneros que ha reportado la campaña. Se trataba de conquistarlas en el sentido más lato de la expresión. No era cuestión de recorrerlas y de dominar con gran aparato, pero transitoriamente, como lo había hecho la expedición del Gral.Pacheco al Neuquén, el espacio que pisaban los cascos de los caballos del ejército y el círculo donde alcanzaban las balas de sus fusiles. Era necesario conquistar real y eficazmente esas 15.000 leguas, limpiarlas de indios de un modo tan absoluto, tan incuestionable, que la más asustadiza de las asustadizas cosas del mundo, el capital destinado a vivificar las empresas de ganadería y agricultura, tuviera él mismo que tributar homenaje a la evidencia, que no experimentase recelo en lanzarse sobre las huellas del ejército expedicionario y sellar la toma de posesión por el hombre civilizado de tan dilatadas comarcas".
"Y eran tan eficaces los nuevos principios de guerra fronteriza que habían dictado estas medidas, que hemos asistido a un espectáculo inesperado. Esas maniobras preliminares, que no eran sino la preparación de la campaña, fueron en el acto decisivas. Quebraron el poder de los indios de un modo tan completo, que la expedición al Río Negro se encontró casi hecha antes de ser principiada. No hubo una sola de esas columnas de exploración que no volviese con una tribu entera prisionera, y cuando llegó el momento señalado para el golpe final, no existían en toda la pampa central sino grupos de fugitivos sin cohesión y sin jefes"."Es evidente que en una gran parte de las llanuras recién abiertas al trabajo humano, la naturaleza no lo ha hecho todo, y que el arte y la ciencia deben intervenir en su cultivo, como han tenido parte en su conquista. Pero se debe considerar, por una parte, que los esfuerzos que habría que hacer para transformar estos campos en valiosos elementos de riqueza y de progreso, no están fuera de proporción con las aspiraciones de una raza joven y emprendedora; por otra parte, que la superioridad intelectual, la actividad y la ilustración, que ensanchan los horizontes del porvenir y hacen brotar nuevas fuentes de producción para la humanidad, son los mejores títulos para el dominio de las tierras nuevas. Precisamente al amparo de estos principios, se han quitado éstas a la raza estéril que las ocupaba".

Kolectivo Mapuche Lientur / http://www.nodo50.org/kolectivolientur
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