Foto de Salvador Allende Acribillado: Así Mataron a Salvador Allende
Liberan la verdadera fotografía del cadáver acribillado de
SalvadorAllende, lo que echa por tierra las versiones del supuesto suicidio.
Laimagen muestra al expresidente chileno, acribillado a balazos, lo que conecta
la lógica de la destrucción del palacio de La Moneda con el objetivo final:
asesinar a Allende, en directa concordancia con la orden dada por el Gobierno
estadounidense a los militares chilenos para que desarrollaran una política de
genocidio en el país sudamericano, lo que habría arrojado más de 10 mil
asesinatos, muchos de ellos no denunciados, por el temor que conllevaba la
posterior represión.
Así mataron al presidente chileno Rubén Adrián Valenzuela
La fotografía del
cuerpo sin vida del presidente Salvador Allende, revela que ni se suicidó con
un tiro de metralleta en la cabeza ni sus asesinos le cambiaron la ropa tras
abatirlo. El mismo jersey que vestía mientras, pistola en mano, recorría los
distintos puntos de La Moneda asediada es el que se puede apreciar en este
documento inédito que los militares golpistas publicaron en un informe interno
confidencial del Ejército de Tierra. Una ráfaga de metralleta
disparada a bocajarro puso fin, el 11 de septiembre de 1973, a la vida del
presidente constitucional de Chile, doctor Salvador Allende Gossens. Luego, la
Junta Militar golpista, encabezada por Pinochet, diría que el mandatario se
había suicidado utilizando una metralleta regalo del primer ministro cubano,
Fidel Castro Ruz.
La verdad, sin embargo, es que Allende fue asesinado fría y
premeditadamente por órdenes del propio Pinochet. El encargado del montaje
posterior —que comenzó a desbaratarse apenas unas horas después— era un oscuro
detective con grado de subcomisario que, pocas semanas antes, había hecho su
solicitud de ingreso en el Partido Socialista-
Allende nunca llegó a tener en sus manos, durante el
asalto al palacio presidencial de La Moneda, la mencionada metralleta —que en
realidad era un fusil automático— y así lo prueban las fotos que acompañan este
reportaje, en una de las cuales se puede ver al asesinado mandatario mientras
recorre La Moneda, minutos antes del bombardeo del palacio poraviones de la
fuerza aérea de Chile. El arma que se ve en manos de Allende es una pistola,
aparentemente una "Walter PPK", y no una metralleta como la que lleva
quien precede al médico presidencial Danilo Bartulín.
Muerto Allende, no hubo médico forense para practicar
su autopsia ni emitir el informe correspondiente. El encargado de esta tarea
fue el subcomisario Pedro Espinoza, quien utilizando una terminología
aparentemente legalista habló de la "herida de tipo suicida" del
Presidente. Nadie, que se sepa, ha podido demostrar que Espinoza tuviera
estudios de Medicina ni de Anatomopatología y, en cambio, sí peritos belgas que
han estudiado la información sobre la muerte de Allende han dicho que "es
evidente que el arma presuntamente usada por el Presidente para su
"suicidio", fue puesta allí después de muerto éste."
Añaden los expertos belgas que, "51 efectivamente
este arma se hubiese usado como dicen los informes de la Junta Militar chilena,
el estampido habría arrancado la metralleta de las manos del Presidente al
primer disparo y —puesto que fueron dos las descargas mortales— el segundo
habría dado en cualquier otro punto, destrozando su cara y cráneo".
Según el informe preparado por Pedro Espinoza, el Presidente tenía el
arma suicida en- tre sus manos y él mismo yacía sentado en un sillón, levemente
inclinado hacia un costado. Los peritos belgas discuten también este dato y
dicen que en ningún caso es posible que el cuerpo de un suicida quede sentado
después de utilizar un arma del calibre como la que supuestamente se halló en
manos de Salvador Allende. "Habría saltado hacia atrás, con mucha
violencia y, cuando menos, no hubiese quedado sentado con el arma entre las
manos", aseguran.
Pero no sólo los estudios de los belgas desmienten la farsa
de Pinochet y sus secuaces. Las transcripciones de las conversaciones que el 11
de septiembre de 1973 intercambiaron por radio los militares (publicadas en
exclusiva por interviú n.°539), dejan en claro que los golpistas siempre
tuvieron la intención de asesinar al Presidente y con él a toda su familia. La
idea de ofrecerle un avión a Allende para que, con sus más íntimos, se
dirigiera a cualquier punto del globo, era sólo una patraña:
—Que se caiga ese avión...
—se le oye decir, claramente, a Pinochet.
—¿Cómo que se caiga?
—Que se caiga, que lo bombardeen, que tenga un
accidente... Cualquier cosa, pero hay que matar a ese marxista conchesumadre.
Lo que no estuvo en los planes de los golpistas, sin embargo,
fue que el Presidente Allendedecidiera quedarse en el Palacio de Gobierno a
defender con su vida el mandato del pueblo. Y, mucho menos, que, tras presentar
fiero combate, resultara herido y que uno de los asaltantes de La Moneda le
rematara en el suelo, con un ráfaga de metralleta que le cruzó el pecho desde
el hombro hasta el abdomen, hasta casi cercenarlo.
Preocupados por justificar ante el mundo lo
injustificable, Pinochet, Leigh, Mendoza y Merino montaron la trama del
suicidio intentando, además, vincularlo con el regalo que Fidel Castro le había
hecho meses antes. Pero se les escapó otro detalle y es que, mientras el cuerpo
sin vida del mandatario yacía en uno de los salones de La Moneda, un equipo de
televisión, con el entonces coronel Pedro Ewin a la cabeza, filmaba una
película en la recién bombardeada Casa Presidencial de la calle Tomás Moro.
Allí, junto con exhibir las ropas íntimas del Presidente (pretendían convencer
al país de una supuesta vida lujuriosa de Allende), mostraron licores, obras de
arte, víveres y armas. Entre estas últimas estaba la mencionada metralleta, con
una dedicatoria que el improvisado animador de televisión leyó ante las
cámaras.
El programa se emitió la misma noche del 11 de
septiembre, cuando los chilenos aún no habían sido oficialmente informados de
la muerte de su Presidente. Es obvio que la mencionada arma no podía estar en
dos sitios a la vez, al menos, claro que la hubieran quitado del sitio en el
cual yacía Allende "suicidado.
Veinticuatro horas tardaron los chilenos en enterarse de la
muerte de su Presidente. En todo ese tiempo los militares intentaron montar una
versión creíble de su crimen pero al no hallarla —"Este gallo— dijo
Pinochet a sus secuaces —Hasta pa'morir dio problemas— optaron por poner el
cadáver del mandatario en un ataúd forrado de zinc y lo soldaron para que
nadie, ni siquiera su viuda, pudiera abrirlo.
Enrique Huertas, funcionario de Intendencia del Palacio
Presidencial a quien no se podía acusar de político o activista peligroso,
puesto que se trataba de un empleado de carrera, fue fusilado el mismo día 11
de septiembre. Su pecado fue haberse convertido, involuntariamente, en el único
testigo que vio el momento en que el general Palacios disparaba sobre el cuerpo
tambaleante del Presidente Allende.
El Presidente les había ordenado a sus más cercanos
colaboradores —entre ellos a su asesor político, el profesor valenciano Joan E.
Garcés— que abandonaran La Moneda para evitar más muertes inútiles. Quería que
sólo permanecieran a su lado aquéllos que estuvieran dispuestos a combatir y
supieran manejar las pocas armas que aún había allí. Tras apasionadas
discusiones, Allende convenció a los que se negaban a obedecerle que era
preferible salir para contarle al mundo lo que allí había sucedido. "Y
usted puede hacerlo mejor que nadie", le dijo al español Joan Garcés.
Osear Soto, uno de los médicos personales del
Presidente, dice que salían todos del recinto, mientras se oía avanzar desde la
primera planta un piquete militar que disparaba sin cesar hacia el sitio en
que, suponían, estaban Allende y sus leales. Enrique Huertas, que marchaba
detrás del doctor Soto, se volvió de pronto al oír los disparos en el salón que
acababan de dejar y, con voz desencajada se unió de nuevo a la. columna que
bajaba a entregarse a los golpistas: "Han matado al Presidente —dijo
Huertas—. Le han disparado a bocajarro".
En el recinto al que llevaron prisioneros a los colaboradores
de Allende, Huertas contó a sus compañeros lo que alcanzó a ver cuando
abandonaban La Moneda y sus palabras las ratificó Arturo "Pachi"
Guijón, quien al parecer también pudo ver la arremetida final de los
militares contra el Presidente.
El ex senador socialista —hoy exiliado en España— Erick Schnake
dice que, en el campo de prisioneros al que les llevaron, "El
"Pachi" nos contó a todos que había visto cómo mataban al presidente.
Después se retractó y recuperó la libertad, en tanto que a Enrique Huertas le
fusilaron y ni siquiera su cuerpo le fue posible recuperar a su viuda...
Nosotros pensamos que el "Pachi" Guijón llegó a un acuerdo con los
golpistas porque más tarde le permitieron vivir en Chile sin ningún
problema".
No habían retirado aún las trincheras de sacos de arenas del
cuartel general de Investigaciones de Chile (la policía civil), cuando en
septiembre de 1973 el general Ernesto Baeza Michaelsen recibió en su despacho
al autor de este artículo. Guardaba el militar, en una caja fuerte que hasta
pocas semanas antes había sido la de Alfredo Joignant, las fotos del cuerpo sin
vida de Salvador Allende.
Las sacó y puso sobre su mesa de trabajo, diciendo que muy
pocas personas habían tenido acceso a esos documentos y que nunca, mientras él
pudiera evitarlo, serían publicados. —^¿Ni siquiera para aclarar cómo murió el
Presidente?—¿Usted cree que podrían aclarar algo?, respondió/preguntó, al
tiempo que comenzaba a barajarlas, una tras otra.
Eran doce o quince fotos en formato 18x24 centímetros y
las primeras mostraban el cuerpo de Allende, desnudo de la cintura hacia
arriba, con la ropa arremangada alrededor del cuello. Una hilera de impactos le
cruzaba el pecho en diagonal, desde el centro hacia el hombro. La cara era una
masa sanguinolenta y poco menos que irreconocible. No fue posible ver más,
porque el general, recogiéndolas rápidamente, volvió a guardarlas, esta vez en
un cajón de su mesa, casi enfrente de su pecho:
—No debió ser así... Yo tenía órdenes para ofrecerle un
avión en el que se fuera del país con toda su familia pero... me insultó y no
quiso negociar. Lo que Baeza no dijo en ese momento fue que al día siguiente
del golpe, el 12 de septiembre de 1973, al enterarse por la prensa golpista de
la versión que Pinochet quería dar sobre la muerte del Presidente, presentó su
renuncia no sólo a la Dirección de Investigaciones, sino al Ejército y a su
cargo como portavoz en los primeros actos de la Junta Militar golpista. El
motivo de su renuncia fue la ofuscación que le produjo lo que él llamó
"una cobardía", cuando se enteró que Pinochet había desautorizado la
orden suya de que peritos de la Brigada de Homicidios de Investigaciones (entre
los que aparecía como jefe el ya citado Pedro Espinoza) inspeccionaran el
cadáver de Allende.
Esta primera discrepancia de Baeza con Pinochet (superada como
se verá más tarde, pero no por muchos años) obligó a todos los actores del
drama a postergar por muchas horas la subida del telón sobre la muerte de
Allende. Incluso uno de los hasta entonces más populares locutores de la TV,
César Antonio Santis contaría más tarde cómo, desde el cuartel de la Primera
Compañía de Bomberos de Santiago (de la que era y es voluntario) veían
incendiarse La Moneda sin que les dieran la autorización para acercarse.
Obviamente los golpistas estaban desarrollando, nerviosamente, las
conversaciones que les permitirían ponerse de acuerdo en una versión, más o
menos común, del "suicidio" de Allende.
Eugene M. Propper, fiscal norteamericano en el llamado
"Caso Letelier", logró establecer en 1980 que el autor material de
los disparos sobre el cuerpo tambaleante del presidente Allende fue el teniente
ayudante del general Palacios, Rene Riveros, quien años más tarde aparecería
implicado en el asesinato en Washington del ex canciller socialista de Chile,
Orlando Letelier. Riveros, que para su misión en Washington usó un pasaporte
falso de nombre de Juan Williams Rose (ver Interviú n.° 127, de octubre de
1978), era el día del golpe el oficial de órdenes del general Palacios y en una
publicación interna del Ejército de Tierra contaría, meses después, que al
llegar a la planta superior, en la que más tarde harían aparecer el cuerpo de
Allende, "un emboscado disparó sobre el general, hiriéndole en una
mano".
Al abatir al defensor del palacio presidencial, los soldados
corrieron hacia el salón desde el cual habían salido los disparos,
encontrándose con el cuerpo, malherido, de Allende:
—¡Mi general! —gritó un soldado
—. ¡Es el Presidente! —¡En este país ya no hay más
Presidente! —gritó Riveros, al tiempo
que descerrajaba una ráfaga de su FAL sobre el cuerpo caído del mandatario.
Este
pasaje; sin embargo, es descrito así por el fiscal Propper y su asociado Taylo
Branch en el libro "Laberinto", que juntos escribieron tras
investigar la trama del asesinato de Letelier: "Tras consultar por radio
con Pinochet, que se encontraba en su puesto de mando, Baeza ordena que las
fuerzas de élite del Regimiento de Infantería realicen un nuevo asalto [al
palacio de la Moneda], apoyados por ocho tanques Sherman. "Fuerzas de
Infantería entran en La Moneda. Pequeños grupos suben escaleras arriba, a
través del humo, cubriéndose con el fuego de sus armas. Un rubio teniente
chileno. Rene Riveros, se encuentra, repentinamente, enFrentándose a un civil
armado, ataviado con un jersey de cuello alto. Riveros vacía medio cargador de
su arma en el cuerpo del Presidente de Chile, matándole al instante, con una
hilera de heridas que van de la ingle a la garganta."
Como quiera que sea, dos versiones distintas dan como autor
de los disparos mortales contra Allende al teniente Riveros, aunque una tercera
dice que fue el propio Palacios quien remató al Presidente que, según el
instigador de su muerte, Augusto Pinochet "hasta pa morir dio
problemas".
Lo cierto es que, con el paso de los años, hasta la
versión "oficial" de Arturo "Pachi" Guijón está siendo
corregida, ahora por el propio embajador de los Estados Unidos en Chile, en el
tiempo de Allende, Nathaniel Davis. Este, en una nota a pie de página en su
libro de reciente aparición "Los dos últimos años de Salvador Allende",
dice que investigando la forma cómo murió el Presidente, en julio de 1984, en
Nueva York, entrevistó al general Javier Palacios, "quien dice que' Guijón
le había asegurado, en el día del golpe, que no había visto que Allende se
pegara un tiro [como afirmaría luego con gran beneplácito de la Junta
golpista], pero que oyó disparos y volvió atrás".
Frente a todas estas evidencias, las palabras que el general
Baeza pronunciara ante el autor de este reportaje, en septiembre de 1973,
cuando, tras mostrar las fotos del mandatario asesinado, le pedí un
pronunciamiento acerca de cómo había muerto realmente Salvador Allende:
"Los mejores secretos de la Historia —dijo con insospechada dimensión—
siempre terminan por desvelarse".