JUEVES, 7 DE JULIO DE 2016
La Rendición Incondicional No Sirvió
El 10 de diciembre de 2004 el general Cheyre, a la sazón comandante en jefe del Ejército, emitió su famoso “Nunca Más” y
le echó a su institución todas las culpas de lo sucedido en Chile, pues proclamó lo siguiente:
“El Ejército de Chile tomó la dura pero irreversible decisión de asumir las responsabilidades que como institución le caben en todos los hechos punibles y moralmente inaceptables del pasado”.
Obviamente el aplauso de los totalitarios que habían intentado tomarse el poder por las armas fue atronador. Quien hacía de cabeza de los militares se echaba toda la culpa y de todo lo malo. Los marxistas, que habían puesto a diez mil hombres en armas para tomarse el poder y establecer una dictadura a la cubana y que habían ingresado clandestinamente a más de diez mil extranjeros en apoyo a esa tarea, llevando a los líderes democráticos chilenos al pánico y a pedir el auxilio de las fuerzas armadas para evitar el golpe marxista –contemplado tentativamente para el 19 de septiembre de 1973 en el Plan Zeta— resultaba ahora que eran inocentes, pues “todos los hechos punibles y moralmente inaceptables del pasado” eran responsabilidad de los militares. La “vuelta de chaqueta”, tan típica chilena, que encabezó la DC, se hizo general y terminó con la derecha abrazando el “No” a Pinochet, pidiendo perdón y llegando al gobierno encabezada por un sujeto que la tachaba de ”cómplice pasiva” de los “atropellos a los derechos humanos”.
Pasaron los años y, en vista de la rendición incondicional, la izquierda decidió tomar venganza y sistemáticamente persiguió ante la justicia –que ya estaba en sus manos-- a los uniformados, pasando por sobre todas las leyes, aprovechando la mayoría que había ido construyendo en el Poder Judicial. Pero había una gran excepción: al general Juan Emilio Cheyre no lo tocaban. Los comunistas publicaban denuncias en su contra, con la esperanza de que los jueces de izquierda lo persiguieran como a tantos otros, sólo sobre la base de numerosos testigos ad hoc, pero los “abogados de DD. HH.” sentían que tenían una deuda con él y no se prestaron para perseguirlo. Y así el general Cheyre alcanzó nombramientos y dignidades que son inimaginables para cualquier militar en retiro víctima de la prevaricación judicial de la izquierda. Hasta que una denuncia completamente ilegal en su contra –por haberse limitado a entregar a un convento, cumpliendo órdenes, a un niño huérfano cuyos padres de extrema izquierda murieron intentando atravesar la cordillera— lo obligó a renunciar a su designación como Presidente del Servicio Electoral.
Es que los pactos con el Diablo nunca son eternos. Sobre todo que ahora la izquierda judicial se ha descargado contra el general Cheyre y le ha pagado su “Nunca Más” y su confesión de todas las culpas como si hubiera sido sólo un militar más, poniéndolo en prisión por hechos amnistiados, prescritos y en los cuales no le cupo la menor responsabilidad.
Yo he estudiado esos hechos y escribí un libro al respecto, “La Verdad del Juicio a Pinochet”, que publiqué en 2001 con motivo de la persecución ilegal desatada por el inefable Juanito Guzmán, que era de derecha pero “se dio vuelta la chaqueta” y cobró nombradía mundial procesando a Pinochet por cosas de las cuales no tenía la menor idea y de las cuales, por tanto, no era en absoluto responsable.
El general Cheyre era un teniente que oficiaba de ayudante del comandante del regimiento “Arica” de La Serena cuando, sin conocimiento de ese comandante ni del general Sergio Arellano, que había arribado en su helicóptero y se hallaba reunido con él, muy lejos del lugar de los hechos, un oficial de la comitiva del mismo Arellano y otro, amigo suyo, incorporado a la dotación local, sacaron a quince personas de la cárcel, las llevaron al regimiento y las fusilaron sin forma de juicio.
Como en ese momento estaban teniendo lugar juicios de guerra contra los presos y quienes los conducían se horrorizaron de la ejecución sumaria e ilegal, los autores de la misma pusieron una nota en los expedientes justificando el asesinato masivo. Pero con los años toda esa documentación –que hasta después de 1990 existía— desapareció; y la izquierda lo aprovechó para culpar a Arellano y Pinochet de las muertes –y de otras de las que eran igualmente ajenos— y se forjó la historia falsa de la “Caravana de la Muerte” que todos conocemos y que hoy día los medios están aprovechando de repetir, con motivo de la prisión de Cheyre, que no tuvo tampoco la menor responsabilidad. Pero eso ante la actual “Justicia” chilena carece de importancia.
La rendición incondicional no les ha servido de nada a él ni a otros que se adhirieron. A los responsables directos de los fusilamientos ilegales, que les dijeron a los jueces de izquierda lo que éstos querían oír, es decir, que actuaban por órdenes de los generales Arellano y Pinochet, esto les sirvió por muchos años para quedar libres de la persecución judicial ilegal, pero al final la izquierda, que es muy malagradecida, les dio el zarpazo y han terminado todos también en Punta Peuco, aunque sean nonagenarios y estén enfermos e inválidos.
Ni la traición ni la rendición incondicional sirvieron de nada. La izquierda nunca ha tenido palabra, como lo demuestran los “pactos de caballeros” que hace con la derecha para nombrar ministros de la Suprema y que no cumple: la derecha vota por el izquierdista y queda nombrado; pero cuando la izquierda debería cumplir no lo hace y el favorecido por la derecha no es nombrado. Por eso tenemos el Poder Judicial de izquierda que tenemos. Y por eso la historia la escribe la extrema izquierda, antes totalitaria, hoy “democrática”. La misma que agredió a la democracia por las armas y, derrotada, hoy es oficialmente ”agredida”, porque se autodescribe como “víctima”, aunque quiso ser victimaria y declaró la guerra armada a la "democracia burguesa" para hacerse del poder matando a quienes se le opusieran.
Pero esa izquierda le debe mucho al general Cheyre y sería el colmo que, en lo que resta del proceso, lo siguiera tratando como a un militar más y prevaricara con él del mismo modo en que lo ha hecho con el resto de sus camaradas..
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