sábado, 21 de noviembre de 2009

Debatir la historia, en asamblea- Por Osvaldo Bayer

Debatir la historia, en asamblea

Por Osvaldo Bayer




Morón. Asistí a una asamblea popular que trató algo fundamental pero no importante. (No importante para la gente de bien.) Convocados por el Concejo Deliberante de la ciudad, los vecinos discutieron el cambio de nombre de la calle Ataliva Roca, de Castelar. Una discusión que duró varias horas y donde entró a tallar algo fundamental en la vida humana: la Etica. Sí, una asamblea popular del Gran Buenos Aires discutiendo sobre la Etica en la historia.



Ataliva Roca, el hermano de Julio Argentino Roca. Lo hizo célebre Domingo Faustino Sarmiento, quien inventó para el idioma argentino el verbo atalivar. Decía Sarmiento como quien recita un proverbio: “El presidente Roca hace negocios y su hermano ‘ataliva’”. Quería decir cobra la coima. Después del genocidio de los pueblos originarios, comenzará el afiebrado negociado de la tierra pública. La preferida será la Sociedad Rural Argentina, la misma de la actualidad. Su presidente de aquel entonces (1879), el estanciero José María Martínez de Hoz, recibirá del gobierno argentino 2.500.000 hectáreas. Sí, lo repetimos una vez más porque ésa es la verdadera historia argentina. Un poder familiar que se mantuvo durante un siglo ya que ese Martínez de Hoz era el bisabuelo directo del “murciélago” Martínez de Hoz que manejó la economía del país mientras “desaparecían” los díscolos que querían terminar con un poder de siempre pese a los parches históricos que hacían mantener esperanzas y cantitos.
Sí, los Roca, el Julio Argentino y el Ataliva, repartieron 41.000.000 de hectáreas conquistadas “para el progreso” por el Ejército nacional con el Remington importado de Estados Unidos. Ocho tiros del fusil a repetición para liquidar a los “salvajes, los bárbaros”, en beneficio de los “civilizados”. El pensamiento de los hombres de Mayo convertido con el Remington en estancias para los nuevos dueños del país. Y la tierra se repartió entre los dirigentes de la Sociedad Rural (fíjese el lector cómo el poder de la tierra se ha mantenido a través de más de un siglo en los mismos apellidos, todos apellidos de las comisiones directivas de la Sociedad Rural en sus distintas épocas): Amadeo, Leloir, Temperley, Atucha, Ramos Mejía, Llavallol, Unzué, Miguens, Terrero, Arana, Casares, Señorans, Martín y Omar, Real de Azúa.



Sarmiento, en su artículo de El Censor, del 18.XII.1885, denunciará el gran negociado de los hermanos Roca con la tierra pública. Dice Sarmiento que la Campaña del Desierto “fue un pretexto para levantar un empréstito enajenando la tierra fiscal a razón de 400 nacionales la legua, a cuya operación, la Nación ha perdido 250 millones de pesos oro ganados por los Atalivas, Goyos y otras estrellas del cielo del presidente Roca. Pero si se puede explicar, aun cuando no se justifique, esta medida antieconómica y ruinosa para el Estado, por la famosa Campaña del Desierto, después de que ésta se realizó sin batallas ni pérdidas de ningún género para el gobierno, no hay razón, no hay motivo alguno para que tal empréstito continúe hoy abierto... para los amigos del general Roca, máxime cuando la suscripción se cerró hace ya mucho tiempo. Es necesario llamar a cuentas al presidente y a sus cómplices en estos fraudes inauditos. ¿En virtud de qué ley, el general Roca, clandestinamente, sigue enajenando la tierra pública a razón de 400 nacionales la legua que vale 3000? El presidente Roca, haciendo caso omiso de la ley, cada tantos días remite por camadas a las oficinas del crédito público órdenes directas, sin expedientes, ni tramitaciones inútiles para que suscriba a los agraciados, que son siempre los mismos, centenares de leguas. Allí están los libros del Crédito Público que cantan y en voz alta para todo el que quiera hacer la denuncia al fiscal. Al paso que vamos, dentro de poco no nos quedará un palmo de tierra en condiciones de dar al inmigrante y nos vemos obligados a expropiar lo que necesitamos, por el doble del valor, a los Atalivas”. Hasta ahí, Sarmiento.



Sí, tal cual. Por ejemplo, las colonias santafesinas de los inmigrantes les fueron compradas a Ataliva Roca. Es decir, Julio Argentino le daba las tierras fiscales a su hermano Ataliva y éste las vendía por supuesto con la ganancia esperada. Todo fue un gran negociado. El mismo Sarmiento lo repitió varias veces (textual): “Quieren que el Estado, quieren que nosotros que no tenemos una vaca, contribuyamos a duplicarles o triplicarles su fortuna a los Anchorena, a los Unzué, a los Pereyra Iraola, a los Luro y a todos los millonarios que pasan su vida mirando cómo paren las vacas”.



Los apellidos de siempre. Y más todavía, Sarmiento dirá también en El Censor: “El Ejército no ha servido durante la administración de Roca sino para avasallar las libertades públicas. Ataliva Roca, su hermano, es el proveedor de hace muchos años de los enormes ejércitos y de la armada, a más de las expediciones, guarniciones que se hacen en plena paz”. Y más adelante: “Póngase una cruz negra en el mapa de República, en cada uno de los puntos ocupados militarmente por un miembro de la familia Roca, ligados entre sí por los tentáculos viscosos de Ataliva, y saltará a la vista si el Ejército tiene otra misión en ese momento que la de asegurar el mando y la disipación de los caudales públicos a la familia Roca-Juárez Celman”.



Para eso se asesinó a miles de los pueblos originarios y se esclavizó a hombres, mujeres y niños. Y qué servilismo a los Roca demostraron todos los gobernantes que siguieron después. El poder de la tierra dominó. Nadie revisó ese período. Por eso, fue respirar aire nuevo este último jueves en Morón. Los vecinos, sí, los vecinos, en asamblea pública comenzaron a analizar la historia y a promover el cambio del nombre de la calle Ataliva Roca. La asamblea fue presidida por el titular del Concejo Deliberante de Morón, doctor Enrique Louteiro. Y así se aprobaba el pedido de los vecinos Jorge Borelli y Juan Mosca. De Castelar. Juan Mosca es, además, presidente de la Sociedad de Fomento de ese barrio de Morón. Todo se inició en una contratapa de este autor en Página/12, por la cual fui invitado a la banca abierta de la sesión del 25 de octubre del 2007, donde planteé la vergüenza societaria que significaba para Morón tener una calle con el nombre de Ataliva Roca, cuyo único mérito era el de haber sido hermano del general Roca y dedicarse a “atalivar”. Durante una hora me dediqué a demostrar con documentos científicamente históricos el negociado que significó la Campaña del Desierto, además del genocidio. El único mérito que tuvo Ataliva Roca en Castelar fue poseer una propiedad en esa localidad. Una de las tantas posesiones de Ataliva en todo el país. En la asamblea del jueves, la directora del Instituto y Archivo Histórico de Morón confirmó que “no encontramos razón para homenajear a este personaje que no realizó ninguna obra beneficiosa para la comunidad que lo haga merecedor de semejante distinción”. En ese momento se leyó un saludo de la Sociedad de Escritores de La Pampa, que felicitaba a la asamblea por la iniciativa. No olvidemos que una localidad de esa provincia también se llama Ataliva Roca. Luego hablaron los vecinos. Fue emocionante escuchar la sabiduría popular que volcaron. Uno de ellos propuso el nombre de Túpac Amaru, el increíble libertador que murió en el más cruel de los tormentos que registra la historia de la perversión humana, llevado a cabo por los españoles con el apoyo de los obispos y del rey católico de España, como se lo designaba oficialmente. Otro vecino propuso el nombre de un poeta popular de Castelar, escritor de muchos libros al calor del ambiente barrial, otro propuso a Favaloro, una vecina de la calle Ataliva Roca propuso el nombre de Micaela Bastidas, la mujer de Túpac Amaru, la compañera fiel de ese rebelde, a quien primero los verdugos hispanos le cortaron la lengua y luego le cortaron la cabeza, acto que tuvo que ser presenciado por su propio marido encadenado y por el hijo de ambos, de apenas 14 años de edad.
Occidentales y cristianos los verdugos. Otra vecina de esa calle propuso el nombre de una Madre de Plaza de Mayo, de ahí, justo del barrio, que salió a la calle valientemente para luchar por la vida de su hijo desaparecido. Luego, un vecino propuso el nombre de Félix Luna. Por último, por supuesto, no faltó la provocación. Un hombre entró repentinamente a la asamblea y con voz altisonante dijo: “Yo estoy a favor de Ataliva Roca porque a mí, él no me hizo nada malo”. Claro, pensé, para él le vendría bien el nombre de Jorge Rafael Videla porque tampoco justo a él, no le habrá hecho “nada malo”, sino todo lo contrario. Argumentos típicos de aquellos hombres y mujeres del espectáculo que han reclamado últimamente más represión. La violencia de arriba para encubrir la violencia del sistema. Para los Roca todo el mal venía de los “salvajes, los bárbaros”, como decía él acerca de los pueblos originarios a los cuales San Martín llamaba siempre “nuestros paisanos los indios” y a quienes Manuel Belgrano, en 1810, les reconoció todos los derechos de los que gozaban los demás habitantes de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Los principios libertarios de Mayo transformados luego por la avidez de los que querían poder y propiedades.



Pero la asamblea siguió funcionando y, por supuesto, se habló del dolor que puede significar el cambio de una calle que se llamaba así ya en la niñez de uno, pero todo eso debe ser superado por la Etica. Porque, con el mismo criterio, los alemanes continuarían llamando a las principales calles de sus ciudades con el nombre de Adolf Hitler y los españoles seguirían teniendo los monumentos al detestable y mísero Francisco Franco, pero fueron capaces de voltearlos.



Todo un ejemplo la asamblea de Morón. Ahora tendrá que tratar el tema el propio Concejo Deliberante. Sus miembros tienen la palabra. Ojalá sea un paso adelante en nuestra historia. Y se siga su ejemplo. No dejar la historia a los Mariano Grondona o a los Rolando Hanglin que todos los días lanzan sus versiones falsas desde las columnas del diario conservador de siempre.



No olvidemos jamás a la Etica, con mayúscula.


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