viernes, 6 de noviembre de 2009

Campañas de exterminio contra apaches, sioux, cheyennes de los Estados Unidos-21-sept-

Cultura para la insurgencia


Enviado el Lunes, 21 septiembre a las 21:47:11 por jofa


Enterrad mi corazón en Wounded Knee


inSurGente(José M. López/Fany Miguens).

-Con este libro de investigación, el bibliotecario de la Universidad de Illinois, Dee Brown, aireó con todo detalle una de las páginas más brutales y controvertidas de la historia norteamericana. Su trama la constituyen las campañas contra apaches, sioux, cheyennes y demás tribus indias de los Estados Unidos, la reclusión de las mismas en reservas donde apenas tenían medios de subsistencia así como su progresivo y sistemático exterminio. La mayor cantidad de información corresponde al período que va de 1860 a 1890, una época de increíble, de impensable violencia y codicia amparada por el famoso destino manifiesto que ya dejaba entrever sus ocultas motivaciones de expolio, y que originaron la desaparición de un pueblo que demostró mil y una veces su sincero deseo de paz y de compartir sus tierras. Más que un libro, es una joyita. Más información en leer más.
La frase “Destino Manifiesto” apareció por primera vez en un artículo que escribió el periodista John L. O’Sullivan, en 1845, en la revista Democratic Review de Nueva York. En su artículo, O’Sullivan explicaba las razones de la necesaria expansión territorial de los Estados Unidos y apoyaba la anexión de Texas. Decía: “el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno.
Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino”. Este magnífico reportaje de D. Brown desvela sin tapujos la esencia del famoso "destino manifiesto": la traición, el expolio y la muerte. Está lleno de anécdotas significativas y textos históricos excepcionales. Están las declaraciones reales de los principales jefes indios.
Como decía Lobo Amarillo, un indio de la tribu de los nez percés: “Los blancos contaron sólo una parte, la que les placía. Dijeron muchas cosas falsas. Sólo sus mejores proezas, sólo los peores actos de los indios; eso es cuanto ha contado el blanco”.Dee Brown (1908-2002),publicó Enterrad mi corazón en Wounded Knee. Historia india del Oeste americano, por vez primera en inglés en 1970, y la editorial Turner la reeditó en España en el 2005. De todas formas no es un libro fácil de encontrar. Quizás haya que buscar en las librerías de la red, en los libros de segunda mano (por ejemplo iberlibro.com) Lo ocurrido el 29 de diciembre de 1890 en Wounded Knee ha sido relatado en infinidad de ocasiones. Constituye, de hecho, una referencia ineludible en cualquier cronología o historia de los Estados Unidos. Aquel día, al menos ciento cincuenta sioux –algunos autores hablan de casi trescientos–, hombres desarmados, mujeres y niños, fueron abatidos por un destacamento del Séptimo de Caballería en las cercanías del arroyo de Wounded Knee, en territorio de Dakota. Poco antes, no lejos de ahí, en Standing Rock, el jefe Toro Sentado había muerto de una bala en la cabeza cuando la policía india intentaba detenerle y poner fin a una manifestación de la misteriosa “danza de los espíritus”. El juego de espejos traía necesariamente al recuerdo otra masacre, la de Little Big Horn, en el vecino territorio de Montana, en 1876, que segó la vida del general Custer y muchos de sus hombres, pertenecientes a aquel mismo mítico regimiento. Entre una y otra fecha, la situación había dado un vuelco que se antojaba definitivo. Wounded Knee simboliza la conclusión de las denominadas “guerras indias”. La frontera del Oeste desapareció en 1890 y los indios, como los en otros tiempos abundantes búfalos de las praderas, fundamento de su economía y de su cosmología, se convirtieron entonces en una especie en real peligro de extinción. Solamente una pequeñísima parte sobreviviría en las reservas. El ganado vacuno y el hombre blanco pasarían a ocupar aquellas tierras.(Jordi Canal)Buscando en la red hemos encontrado este comentario de un lector del libro. Tiene su gracia. No se priven.¿Quién no conoce la conquista del Oeste? Todos hemos visto en cine o televisión innumerables historias sobre los emprendedores hombres y mujeres que, en busca de tierras que cultivar, pastos para el ganado u oro, viajaban con sus enseres a través de millas y millas hasta encontrar el lugar adecuado y allí edificar sus casas, cultivar sus tierras, crear pueblos y construir minas. Con el tiempo llegó el ferrocarril, que atravesaba praderas infinitas y ayudó al progreso de una gran nación conocida como los Estados Unidos de América.

En la historia de este país no faltan heroicas referencias a los valerosos soldados que lucharon contra los salvajes indios que, sin piedad alguna, asesinaban colonos. Cómo no recordar al general Custer que murió con las botas puestas y las ocasiones en las que todo estaba perdido hasta que, de pronto, llegaba el Séptimo de Caballería y salvaba a los “buenos”. Es verdad que ahora es incorrecto decir indios, se llaman indígenas americanos, también es cierto que ellos estaban allí cuando llegaron los primeros europeos, pero ¿por qué se resistían al progreso? Eran salvajes, andaban casi desnudos por ahí, no tenían curas ni predicadores y vivían en pecado, tampoco explotaban los inmensos territorios en los que vivían, ¡ni siquiera utilizaban dinero!

Al parecer, cuando los peregrinos del Mayflower desembarcaron en la costa de lo que ahora es Massachusets, pronto se encontraron sin alimentos y hubieran muerto de hambre si no hubiera sido por unos indígenas que los encontraron y les dieron de comer pavo, de ahí su famoso Día de Acción de Gracias. Poco a poco llegaron más europeos que se encontraron con que los nativos no querían dejar sus tierras, ni siquiera venderlas, porque para ellos el dinero no significaba nada y, además, la relación que tenían con sus territorios era completamente diferente a la nuestra. La tierra, para ellos, no era una posesión sino el lugar al que pertenecían. La diferencia entre su conducta y la de nuestros antepasados conquistadores nos debería dar qué pensar sobre lo que ocurrió en realidad.

Tras muchos años de visión etnocentrista de las relaciones con los indígenas, en las que los europeos éramos los listos y buenos y ellos los estúpidos salvajes, a finales del pasado siglo aparecieron autores que se tomaron la molestia de escuchar la versión de los perdedores y documentarse, y aparecieron obras en las que se descubre una historia muy diferente. Ésta es una de ellas.
Es un libro duro porque muestra la verdad sin adornos ni excusas; en él nos explican, con datos y referencias a documentos oficiales, cómo fue el genocidio que se cometió en Estados Unidos contra los primeros pobladores del país, especialmente durante el siglo XIX, y que aún continúa aunque no se hable de ello. La demostración de esto es que los indígenas continúan viviendo en reservas a las que, si eres turista, debes pedir permiso para poder visitar, disminuyendo en número, rodeados en general de miseria y alcoholismo, salvo alguna tribu que ha tenido la ocurrencia de montar casinos para hombres y mujeres blancos, en las que ellos no son clientes y de las que están sacando grandes beneficios.

El libro explica cómo una y otra vez se firmaron tratados que siempre incumplieron los blancos, ya que, a pesar de ocurrir siempre, los jefes de las tribus no podían concebir que ningún dirigente faltase a su palabra. También cuenta cómo eran los grandes jefes y guerreros, que sólo dejaban la lucha cuando morían o eran conscientes de que, si seguían luchando, sólo conseguirían el exterminio de su pueblo; por desgracia, en muchas ocasiones éste era masacrado a pesar de la rendición, y Dee Brown describe con detalle cómo fueron las batallas y las masacres.

No es un libro amable, recuerdo que, cuando llegó a mis manos, tenía la costumbre de leer sobre todo en el metro mientras iba a trabajar, y en este caso tuve que dejar de hacerlo y terminar de leerlo en casa, porque me daba vergüenza llorar en público y no podía evitar hacerlo. Pero la historia de las civilizaciones y los imperios, aunque sean económicos, es, por desgracia, dura y desagradable. Antes de comenzar a leerlo hay que preguntarse qué se prefiere, si vivir con tranquilidad en la ignorancia o saber la verdad aunque duela. Yo apuesto por la verdad.

Fuente. La2Revelacion
insurgente.

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