sábado, 20 de septiembre de 2008

EL ÙLTIMO PARLAMENTARIO MAPUCHE





Rosendo Huenumán


El último parlamentario mapuche



Rosendo Huenumán García (1935) es parte de la historia del pueblo mapuche. Nació en Hueñalihuén, comuna de Puerto Saavedra. Comenzó a trabajar siendo niño. A los 12 años llegó a Temuco como mozo de la familia de un magnate local. Cursó estudios primarios en una escuela nocturna y emigró luego a Concepción, para ser profesor. Trabajando en Lota como minero del carbón conoció la “explotación del hombre por el hombre”. De regreso a su hogar, su comunidad natal fue una de las primeras en iniciar un proceso de recuperación de tierras, previo a la reforma agraria. Fueron duramente reprimidos por el gobierno de Jorge Alessandri; pese a ello, mostraron un camino a seguir. Bajo el gobierno de Frei Montalva, Hue-numán participó activamente en la sindicalización de los campesinos, transformándose en un carismático y respetado líder mapuche. Durante la Unidad Popular, Huenumán fue presidente de la Federación Campesina Luis Emilio Recabarren y dirigente de la Federación Campesina e Indígena Ranquil. En 1973, aliado con el Partido Comunista, fue elegido diputado por Cautín con primera mayoría individual y participó en la Comisión de Agricultura y Colonización de la Cámara de Diputados hasta la disolución del Parlamento por la dictadura. Había llegado al Parlamento a representar las demandas históricas de su pueblo. Su atrevimiento lo pagó con persecución y largos años de exilio, salvando incluso de la muerte cuando los militares -equivocadamente- asesinaron a otro mapuche con su mismo apellido. Testigo privilegiado de aquellos años y allendista de corazón, Punto Final entrevistó al ex parlamentario Huenumán en Nueva Imperial, donde hoy reside.
Don Rosendo, ¿cómo surge en usted el interés por la política?
“Surge siendo muy joven. Una situación que hizo cambiar mi pensamiento fue haber estado en Lota. Allí se me aclaró lo que era la explotación del hombre por el hombre, la injusticia, que todavía sigue existiendo. De niño salí de mi comunidad. Me fui a Temuco, a terminar mi educación básica. Trabajé de mozo en una familia de ricos y luego partí a Concepción, a la recién creada Universidad Técnica del Estado, para ser profesor. En esos años era gratis estudiar. Yo era un mapuche que no quería quedarme sólo con las humanidades, me propuse saber más. Llegué a trabajar de minero para terminar mis estudios, eso fue en Lota”.

CON ALLENDE EN EL CORAZÓN

¿En qué año regresó a su tierra?
“Regresé a mi comunidad en 1959, pero sólo para saludar a mi madre. Mi proyecto era irme a Argentina. Recuerdo que llegué amaneciendo a Hueñalihuén. En aquella época sólo habían huellas, nada de caminos. Cuando le pregunto a mi madre cómo estaban mis tíos, la primera noticia fue como si me tiraran un balde de agua. ‘A tu tío lo van a lanzar, lo vinieron a citar’, me dice. Resulta que cuando yo era muchacho, cuando vivía con mi abuelito, él tenía un juicio con un gringo que era vecino. Esa situación estaba todavía pendiente. Lo primero que recordé fue lo que dijo una vez Allende, en Concepción: ‘El pueblo mapuche no puede ser exterminado ni erradicado de su territorio’. Ese discurso me caló profundo en el piwke (corazón) y en el lonko (cabeza). Allende siempre fue mi guía. Cuando escuché ese discurso yo estaba terminando mis estudios en Concepción, tenía 21 años y de inmediato me inscribí para votar. Ese año era la segunda candidatura de Allende. Y fíjese cómo es la vida: yo no sabía que pronto me tocaría recordar y repetir sus palabras en la comunidad, para organizar a mi gente y parar el lanzamiento que se quería realizar. Luego de largos años de lucha, ganamos el juicio y recuperamos del gringo y otros winkas las 357 hectáreas que nos tenían usurpadas”.
Imaginamos que no se trató de una victoria fácil.
“Costó mucho sacrificio. Los jueces demoraban y demoraban los juicios. Nosotros nos aburrimos de esperar; pasó un año y entramos al campo para apurar el juicio. El año 62, en vísperas de Año Nuevo, entramos hasta con los perros y gatos. Tuvimos un enfrentamiento grande con militares y carabineros. Logramos resistir y un diario recopuchento, que se llamaba El Gong, tituló: ‘Rosendo Huenumán está preparando la guerrilla en Nahuelbuta’. ¡Chuta!, dije yo, ahora soy guerrillero”.
Se había transformado en un peligro público...
“La hazaña fue buena... Y todos creyeron que yo políticamente era peligroso, pero recién estaba empezando... Para mí la injusticia contra nuestra gente mapuche estaba clarita y no me iba a quedar callado. Incluso cuando me citaron a declarar, hice un discurso. Primero hablé de la injusticia. ‘¿Por qué los tribunales avalan estos atropellos? ¿Es creíble un juez? ¿Quién controla al juez? ¿A qué clase social responde el juez?’, pregunté. ¡Pucha que me encontraron choro! Les hablé fuerte, pero no en forma insolente, siempre fui moderado, sin faltar el respeto a nadie. Al final, fueron destituidos los jefes de Carabineros; incluso el gobernador se fue volando, ya que había firmado la orden. Este proceso me marcó mucho, también hizo que todos los partidos políticos se acercaran”.
¿Cómo fue su relación con el Partido Comunista? Volodia Teitelboim lo menciona a usted en sus memorias.
“Conocí a Volodia, hablé con él muchas veces... Lo que hice con los comunistas fue firmar un pacto, en 1963. Yo pensé: si me presenté a regidor como independiente y me faltaron 15 votos, ahora, con más apoyo, capaz que resulte. Con ese pacto me dediqué a trabajar para la cuarta campaña de Allende, cuando finalmente ganó. Esa fue una gran satisfacción. Mi relación con los comunistas fue de alianza y trabajé políticamente en la campaña presidencial, recorriendo el campo, organizando. Estuve incluso en el Cerro Ñielol, cuando se firmó el pacto de Allende con los mapuches en el marco de su campaña presidencial”.¿La recuperación de tierras que usted nos ha relatado se enmarcó en el proceso de reforma agraria?“Antes que nada, fue una recuperación de tierras mapuches. Tierras usurpadas, decíamos. Usamos un articulito de la ley de reforma agraria de Alessandri, que decía que todas las tierras abandonadas eran susceptibles de expropiar, en cualquier parte del territorio. Pero esa ley de Alessandri estaba muy despretigiada, porque lo que hacían era expropiar sólo tierras del Estado; no se expropió a ningún terrateniente. Le pusimos ley del embudo, lo ancho para los ricos, lo angosto para los pobres. Eso lo aprovechó Frei en su campaña electoral, prometiendo una reforma agraria más progresiva, que iba a expropiar el latifundio. Yo me involucré, organicé a winkas y mapuches. Yo les decía, especialmente a los peñi:
‘En la reforma agraria debemos incluir todas las tierras usurpadas’. Redactamos un borrador de ley, que después se comenzó a divulgar en las comunidades”.

DIRIGENTE CAMPESINO Y DIPUTADO

¿En esa época usted se transforma en dirigente nacional campesino?
“Cuando se inicia la sindicalización, con Frei, me transformé en activista. Fui dirigente nacional campesino. La ley me otorgaba una tarjeta, como a los parlamentarios. Empecé de a poco a romper las murallas que los latifundistas y los tinterillos habían levantado. Años más tarde, cuando Allende ya era presidente, en un congreso mapuche que se hizo en Temuco, entregamos el borrador de una ley que habíamos trabajado. La promulgó como ley indígena al año siguiente. En ese congreso mapuche intervine dos veces, en mapuche y castellano”.
¿Cómo fue su llegada al Parlamento en 1973?
“Ahí me desquité. Porque a los ricos los traté de sinvergüenzas, ladrones, en castellano y mapuche. Hardy Momberg Roa era el cacique electoral de esta provincia, siempre sacó la primera mayoría y lo derroté. Cuando fui a jurar, el 21 de mayo de 1973, me senté junto a Luis Gustavino, comunista, albino de pelo blanco. Yo era chico y negro. Cuando me tocó jurar, estaba presidiendo Bernardo Leighton. Eramos siete los que ingresábamos por primera vez como parlamentarios. Fui el penúltimo en jurar. Cuando me nombraron, ni siquiera alcancé a ponerme de pie cuando sentí una voz al frente:
‘Para qué trajeron a ese indio piojento’. Lo dijo un parlamentario de derecha que era médico, Fernando Monckeberg. Uno de esa familia está hoy en el Parlamento”.
¿Cuál fue su reacción?
“Fue espontánea. En dos o tres segundos me paré y le dije:
‘¡Cállate gringo chuchas de tu madre!’.
Se lo dije a todo pulmón y me senté tranquilo. El rucio Gustavino se cagaba de la risa. Un poquito más arriba estaban Mario Palestro, Carmen Lazo y Mireya Baltra, que avivaban la cueca. Pero el más jodido era Palestro, que gritaba:
‘Colega Huenumán, responda’. Si el gringo Monckeberg me hubiese podido matar, me mata. ¡Cuándo iba a pensar que yo le iba a responder con tanta teoría! El finado Leighton tuvo problemas para calmar a los diputados, hasta que pude jurar y responder cuando preguntan: ‘Juráis o prometéis’”.
Continuaron sus encontrones con Monckeberg?
“Continuaron tupido y parejo. Ese 21 de mayo cada bancada debía distribuirse por comisiones. Yo fui a la Comisión de Agricultura, porque allí se veía el tema de la tierra. Y allí estaba Monckeberg. ‘Con este viejo de mierda tengo que pelear’, me dije. Eran siete parlamentarios en esa comisión, todos macucos, dueño de fundo más de alguno. El Partido Socialista mandó un diputado sin experiencia. Iba a calentar el asiento no más. Yo reclamé, y después enviaron a un médico que hoy está desaparecido, Carlos Lorca. Ese cabro era bueno de verdad, hicimos yunta. Siempre esperaba que yo hablara primero y después seguía chancaqueando. Derrotamos a los ricos en esa comisión; después no los dejábamos ni hablar. La Comisión de Agricultura fue nuestra, con Lorca. Aunque la fiesta nos duró sólo hasta el golpe”.

LO DIERON POR MUERTO

¿Qué medidas recuerda de su paso por esa comisión?
“Aproveché de hacer enmiendas a la ley de reforma agraria, para incorporar a los mapuches. Lamentablemente después vino el golpe militar y ahí quedó todo. Recuerdo que dejé tres proyectos financiados. Uno era un puente que, menos mal, se hizo en el Budi. Con Pinochet no pasó nada con el puente, pero ahora salió. El otro proyecto era la Universidad Mapuche. Ese proyecto también quedó financiado. El tercer proyecto era la ampliación del Hogar Indígena de Santiago, también financiado. Todos esos recursos la dictadura los aprovechó quizás para qué”.¿Alguna vez usted conversó con el presidente Allende?“Claro. Como parlamentario Allende me citó a La Moneda. ‘Rosendo, ¿qué puedo hacer por la gente mapuche?’, me preguntó. Le hablé de esos proyectos y le dije eran necesarias unas enmiendas a la ley de reforma agraria para incluir las tierras usurpadas a los mapuches. Me dio la mano y me dijo:
‘Todo depende de la organización mapuche’. Dos veces me reuní con él en La Moneda. La segunda fue para proponer la creación de la Universidad Mapuche. Este proyecto era apoyado por Pablo Neruda y un gran antropólogo, Alejandro Lipschutz. Todas esas iniciativas quedaron en nada tras el golpe”.¿Es cierto que los militares lo dieron por muerto?“Los militares mataron a un peñi Huenumán de Boroa; yo conocí al muchacho, estaba a cargo de la reforma agraria en Temuco. Lamenté su muerte, pero cuando supe la noticia dije, ‘bueno, estoy muerto, no tengo necesidad de irme del país’. Como estaba muerto, me quedé. Hasta 1977, cuando salí. La gente del Partido Comunista vino a darse cuenta que yo estaba en Roma cuando llamé por teléfono a Volodia Teitelboim. ¡Ahí supieron que estaba vivo! Naciones Unidas me otorgó un estatus especial. Pero no pude regresar a Chile hasta 1990”


PEDRO CAYUQUEO En Nueva Imperial


(Publicado en revista “Punto Final” edición Nº 667, 25 de julio, 2008)

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