domingo, 2 de noviembre de 2008

El golpe de timón del PC chino (02-11-08)




Domingo 2 de noviembre de 2008

Por Raúl Sohr / La Nación Domingo



BEIJING APLICA EL SOCIALISMO CIENTÍFICO PARA REGULAR EL MERCADO



El golpe de timón del PC chino



Controlar las ganancias excesivas e introducir cuotas de equidad, justicia social y protección del medio ambiente en una de las economías más pragmáticas del planeta. Ese es el desafío que se han planteado las autoridades de país más poblado de la Tierra, que esperan aprovechar la crisis para volver la mirada hacia un mercado interno potencialmente formidable.


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Shangai.- Las autoridades chinas están alarmadas ante la creciente brecha social y el deterioro medio ambiental de su país. Para mi gran sorpresa, Liu Yun Shan, miembro del buró político del Partido Comunista de China (PCCh) y uno de los 25 hombres más poderosos de una jerarquía que dirige a 70 millones de militantes, está convencido que la actual crisis económica mundial no tendrá efectos graves sobre su nación. Señala, por el contrario, que hay optimismo, pues por quinto año consecutivo han tenido excelentes cosechas, un tema de la mayor importancia a la hora de alimentar la mayor población de la tierra. La reunión transcurre en uno de los inmensos salones del Gran Palacio del Pueblo y los planteamientos de Liu, que es el jefe del aparato de propaganda del PCCh, son interrumpidos a intervalos regulares por esbeltas muchachas que rellenan las tazas con te jazmín. Liu afirma que hoy las urgencias han pasado de la ciudad al campo: "La prioridad número uno es dar un trato adecuado al campesinado", señala, y advierte que "en lo que toca a la seguridad alimentaria debemos valernos por nosotros mismos. Si tenemos problemas sabemos que nadie puede ayudarnos". La actual preocupación por el sustento de los 950 millones de campesinos, de los cuales 150 millones son inmigrantes recientes del campo a la ciudad, va mucho más allá de la producción agrícola.



La cara oscura del milagro

En los últimos 30 años, China ha aplicado con éxito avasallador la política de "apertura y reforma" iniciada por Deng Xiaoping. Luego de las debacles de la Gran Revolución Cultural Proletaria, que en los hechos paralizaron al país por una década a partir de 1966, Beijing viró del virulento extremismo de izquierda a políticas de descontrolada liberalización económica. Deng inauguró una nueva era económica en 1979, al implantar un modelo que transformó a China en forma drástica. El país inició una etapa con un crecimiento anual promedio de dos dígitos, la que ha producido lo que muchos analistas consideran las más vertiginosa acumulación de riqueza en la historia humana. Quien podría pensar que en la China austera de Mao Tse Tung alguien podría proclamar, como lo hizo Deng, que "es glorioso enriquecerse". Su absoluto pragmatismo quedó patente con su sentencia más famosa: "Da lo mismo si el gato es negro o café, mientras cace ratones". En otras palabras, no interesa la ideología sino los resultados, y ellos están a la vista con un país que, pese a haber arrancado desde la miseria, ya tiene el cuarto mayor producto interno bruto del planeta y, de continuar la tendencia actual, alcanzará el primero en algunas décadas. La apuesta de Deng, y de su sucesor Jiang Zemin, era crecer lo más rápido posible y, por esa vía, sacar de la miseria a legiones de sus compatriotas. Esa es la cara luminosa, pero hay otra cara oscura y esa es la creciente brecha entre los que han conocido la gloria y los que la esperan. Las estadísticas chinas son debatibles, pero se estima que, de sus 1.300 millones de habitantes, algo más de 400 millones han salido de la pobreza. El resto, que en su mayoría habita en los campos del interior del país, aguardan con creciente inquietud los beneficios de la bonanza.

Socialismo a la china

Si se trata de buscar una imagen de lo que ocurre en China, Wang Chen, ministro del Consejo de Estado para la Información, encontró una y muy descarnada. "Algunas de nuestras ciudades exhiben una riqueza europea y ciertas zonas rurales una pobreza africana", admite. Le pregunté si no estimaba que era difícil comprender que en un país que se proclama socialista abunden las boutiques que venden artículos de lujo superfluo que equivalen a diez años de trabajo de un campesino. Observé que en ese instante uno de sus ayudantes encogía discretamente su brazo. Más tarde constaté que el funcionario llevaba en la muñeca un reloj Rolex que tenía todas las apariencias de estar enchapado en oro. Wang sin vacilar respondió: "Sí, es un problema y el Gobierno chino ha tomado nota de ello. No buscamos una sociedad totalmente igualitaria, pues ella carecería de vigor. Pero el Gobierno está tomando medidas para mejorar la distribución de la riqueza. Se han aumentado los impuestos, ya se ha iniciado una serie de aumentos de salarios, y en algunos casos se realizan investigaciones sobre cómo se constituyeron algunas fortunas. Sabemos que en numerosos casos se transgredieron nuestras leyes".

La billetera del Estado

El descontento en los campos es patente y de ello da testimonio un creciente número de choques entre campesinos y la policía. Las prestaciones de salud son casi inexistentes en las zonas rurales y la educación es muy deficiente. En cierta forma, la coyuntura de una crisis económica mundial favorece los planes de viraje del Gobierno. La merma de la demanda internacional obliga a las industrias a encontrar nuevos mercados, y qué mejor que los cientos de millones de habitantes de las zonas postergadas del propio país. Junto con ello se prevé inyectar dinero y crear empleo a través de masivos programas de obras públicas. Un ejemplo es la construcción, tanto en Beijing como en Shangai, de una veintena de líneas de Metro que duplicarán la extensión de los actuales sistemas. China ya posee la segunda red mayor de carreteras del planeta y aspira a contar también con la mayor red ferroviaria, para lo cual tiene en carpeta el desarrollo de líneas ultra rápidas. "Para mantener nuestra vitalidad económica no debemos bajar de un crecimiento de 8%", estima Wang, y esa meta debe cumplirse ya sea por la vía del comercio y la inversión internacional o doméstica.

Pecados de crecimiento

Le señalo a Wang que resulta inquietante el costo que China está dispuesta a pagar por su desarrollo. Un ejemplo: cada año mueren 15 mil trabajadores del carbón en accidentes laborales. Wang me responde que mis cifras están atrasadas: "El año pasado murieron diez mil", se apresura en aclarar. "Yo sé que eso es demasiado todavía, pero es difícil controlar lo que ocurre en minas medianas y pequeñas. Hay un plan para cerrar definitivamente 2.500 de ellas en los años venideros. Pero las todas las cifras en China son muy altas. También me preocupan mucho las cien mil personas que mueren cada año en accidentes carreteros". Preocupante, pero no sorprendente. Después de viajar por las autorrutas del país, la cifra de muertes parece modesta. Con un parque automotriz muy moderno, muchos ciudadanos han tomado el volante hace pocos años y la inexperiencia a la hora de conducir salta a la vista: maniobras bruscas, ausencia de señalización y conducción zigzagueante.

Reforma agraria y sindicatos

Una de las opciones para mejorar las condiciones de vida en el campo es reorganizar las estructuras agrarias. En China no hay propiedad privada sobre la tierra, la que pertenece en su integridad al Estado. Lo que se utiliza es el derecho a su usufructo, para lo cual los campesinos firman contratos que les aseguran ciertos años de explotación de las parcelas. Pero, para aumentar la productividad a menudo se requieren métodos más modernos y con economías a escalas más eficaces que las utilizadas. Para introducir la reforma en el agro, el PCCh ha autorizado a los campesinos que lo deseen a transferir sus contratos de explotación a terceros. Esto, ya lo saben las autoridades, provocará una importante ola migratoria hacia las ciudades, por lo que han facilitado los permisos de residencia en pequeñas y medianas ciudades. En el pasado, los inmigrantes rurales han recibido un trato lamentable; muchos viven en las construcciones o fábricas donde trabajan en condiciones paupérrimas, y sus derechos son a menudo desconocidos por sus empleadores. Para cambiar el panorama, el PCCh ha desempolvado los sindicatos y hoy los insta a jugar un papel protagónico en la defensa de los trabajadores pero, en especial, de los campesinos inmigrantes que según Xi Jinping, vicepresidente de la federación de sindicatos nacionales, "han dado una fuerza nueva a la clase obrera china". Unos 66 millones de inmigrantes rurales están sindicalizados. En la actualidad los sindicatos disponen de 6.178 agencias de asesoría legal, que el año pasado estuvieron activas en 29 mil disputas laborales. Una de las consecuencias del alza de salarios y la mayor fiscalización de los derechos laborales será una relativa pérdida de la competitividad de la mano obra china, hasta ahora una de las más baratas y eficaces del mundo. Esta es una razón más para estimular el mercado interno y entrar en el virtuoso círculo de una mayor demanda impulsada por mejores condiciones de vida.

Cuidar el medio ambiente

Los dirigentes chinos miran con horror lo ocurrido con la Unión Soviética que algún día fue su referente. Hoy buscan construir un socialismo desde una perspectiva empírica, basándose en aquello que da resultados y sin dejarse llevar por arrebatos ideológicos. "Hay que cruzar el río pisando las piedras", explica Hu Weiping, director del Consejo de Estado para la Información. Esta idea la sintetizan en lo que llaman el socialismo científico. Los que estén familiarizados con los escritos de Carlos Marx saben que este concepto fue utilizado para diferenciar su socialismo de los que, como Robert Owen y otros, eran calificados de utópicos, mesiánicos o filantrópicos. Marx creía que los logros de los trabajadores sólo provendrían de sus luchas y no de la generosidad o comprensión de sus empleadores. En la versión china actual, el socialismo científico alude a controlar a las fuerzas de mercado que, junto con generar riqueza, han creado una brecha social y un formidable daño medio ambiental. En síntesis, el mercado, como se ha repetido tanto en los últimos meses, no se autorregula. El PCCh quiere poner coto a un desarrollo desenfrenado que ha dejado muchos postergados. Por ello, en su última reunión el Comité Central, el mes pasado, adoptó medidas para mejorar la suerte de los campesinos y limitar las fortunas juzgadas excesivas. Además de la preocupación por los abusos en el campo laboral, existe la inquietud por el dramático deterioro medio ambiental. En este último plano, las autoridades admiten un gran error: haber permitido una deforestación excesiva. Ello ha provocado, como en todo el mundo, erosión y un aumento drástico de las inundaciones. Para revertir la situación está en curso un vasto programa de reforestación, un sacrificio mayor en un país de tan alta densidad demográfica y tal escasez de tierras cultivables. La segunda gran preocupación es el cuidado de las aguas, por lo que ya empiezan a aplicarse onerosos programas de descontaminación de ríos y lagos. También en lo que toca a la contaminación atmosférica los chinos inician un camino conocido. En Beijing comenzó el mes pasado la restricción vehicular para el 20% de los vehículos cada día, y Shangai ha adoptado medidas en la misma dirección. Tardaron los gobernantes chinos, al igual que los chilenos, en comprender que el pan de hoy es hambre de mañana cuando se daña la naturaleza.

Eficacia y justicia social

Los comunistas chinos se afanan en aplicar el socialismo científico que, en concreto, significa regular un mercado que ha desequilibrado estructuras sociales y ha destruido recursos naturales indispensables. El pragmatismo absoluto viene en baja, según se desprende de las palabras de Wang Zhongwei, del Comité Permanente del PCCh de Shangai: "Hay que permitir que los más capaces se enriquezcan y proteger a los más pobres". Le pregunté si esto no era una admisión que la brecha social había llegado a la China socialista para quedarse. A lo que me respondió con vehemencia: "La justicia social debe preceder a la eficacia". China no sólo tiene cinco mil años de historia, como los anfitriones no se cansan de recordarlo. Es también un país de una infinita complejidad. Allí conviven la pobreza con las expresiones más audaces y avanzadas del progreso. Pese a sus violentos y dolorosos bandazos históricos, los comunistas chinos lideran un experimento económico y social que deja sin aliento.



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