domingo, 5 de octubre de 2008

Testimonio de Jimmy Massey, un ex marine estadounidense al volver de Irak

Testimonio de Jimmy Massey, un ex marine estadounidense al volver de Irak

Durante doce años el sargento Jimmy Masey fué un marine con nervios de acero y corazón de piedra. Destinado a Irak, participó en varias atrocidades antes de abrir los ojos y luchar contra la política belicista de su país. Hoy dirige la “Asociación de Veteranos de Irak contra la guerra. En el salón del Libro de Caracas, donde presentó su testimonio “Cowboys del Infierno” respondió a las preguntas de la periodista cubana Rosa Miriam Elizalde de “Cubadebate”:
Tengo 32 años y soy un asesino psicópata bien adiestrado. Todo lo que sé hacer es vender a los jóvenes la idea de enrolarse en los Marines y matas. No logro conservar un trabajo. Para mí los civiles son seres despreciables, retardados mentales, débiles, un rebaño de 0vejas. Y yo soy el perro pastor, el depredador. En el ejército me llamaban “Jimmy el tiburón”. Este es el segundo capítulo del libro que Jimmy Massey escribiera hace tres años con la ayuda de la periodista Natasha Saulnier “Kill! Kill! Kill! (¡Mata! ¡Mata! ¡Mata!), que fue presentado en el Salón del Libro de Caracas (Febrero del 2007). Es el testimonio más violento que haya escrito un ex miembro del cuerpo de marines del contingente que invadiera Irak en el 2003. Decidido a contar tantas veces como sea necesario cómo pudo ser, por doce años, un marine despiadado y porqué esta guerra lo hizo cambiar de opinión.Jimmy participó en el debate más importante que se efectuó en el salón del Libro, cuyo título es, por decirlo de alguna manera, polémico: “¿Es posible la Revolución en los Estados Unidos? y su testimonio fue, sin duda, el que más impacto causó en el público.
Tiene el cabello con corte militar, anteojos oscuros, paso marcial y los brazos tatuados. Parece exactamente lo que es: un marine. Pero, cuando habla, se transforma: quedó profundamente marcado por una experiencia traumática que quisiera ahorrársela a otros jóvenes ingenuos. Como dice en su libro, no es solo el haber matado en Irak, sino (lo que es), un ejercicio cotidiano para sus compañeros de armas. Cuatro años después de haberse retirado del teatro de operaciones, las pesadillas lo persiguen.J.B.L.

Rosa Miriam Elizalde:
¿Qué significan estos tatuajes?
J.M.: Tengo muchos, me los hice cuando estaba en el ejército. En la mano (muestra la zona comprendida entre el pulgar y el anular), el símbolo de Blackwater, un ejército de mercenarios que se formó en Carolina del Norte, donde nací. Me lo hice como gesto de rebeldía porque los marines no pueden tener tatuajes en las manos ni en las muñecas. Un día yo y otros miembros de mi pelotón, nos emborrachamos y nos hicimos el mismo tatuaje: un cow-boy con los ojos inyectados en sangre sobre unos huesos, la imagen de la muerte. ¡Sí!, significa exactamente eso que estás pensando: “asesinaste a alguien”. En el brazo derecho el símbolo de los marines, las banderas de los Estados Unidos y la de Tejas, donde me enrolé. Sobre el pecho, a la izquierda, un dragón chino que destroza la piel.
Significa que el dolor es la debilidad que abandona al cuerpo. Lo que no nos mata nos hace más fuertes.R. M. E.:
¿Por qué afirma haber encontrado en los marines los peores individuos que nunca haya conocido?
J.M.: Los Estados Unidos utilizan los marines de dos maneras: en las misiones humanitarias y para matar. Yo pasé doce años en el Cuerpo de Marines de los estados Unidos y nunca se me envió a cumplir misión humanitaria alguna.

R. M. E.: Antes de ser enviado a Irak, ¿Ud. enroló jóvenes?
¿Qué significa ser reclutador en los Estados Unidos?
J.M.: Para conseguir reclutas hay que mentir. La administración Bush ha obligado a los jóvenes estadounidenses a enrolarse en el ejército, ¿cómo?, usando el mismo método que yo usé: ofertas económicas. En tres años enrolé a setenta y muchachos, ninguno me dijo que quería entrar en el ejército para defender nuestro país, ninguno tenía motivaciones de tipo patriótico. Necesitaban dinero para poder entrar a la universidad o por un seguro médico. Comenzaba enumerándoles las ventajas y solo al final remataba diciéndoles que servirían a la causa de la patria. Nunca recluté hijos de ricos. Cuando haces de reclutador y no quieres perder el empleo, no puedes andarte con escrúpulos.

R. M. E.: El Pentágono redujo los requisitos para entrar en el ejército.
¿Qué significa?
J.M.: Los estándares de reclutamiento se han minimizado porque casi nadie quiere enrolarse. Tener líos con la justicia o problemas mentales no constituye un obstáculo. Individuos que han cometido delitos que les han significado más de un año de presidio, pueden enrolarse sin problemas. Los mismo vale para los jóvenes que no han terminado la secundaria. Si pasan el test psicológico son admitidos de inmediatoR. M. E.: Ud. cambió después de la guerra pero, antes, ¿cuáles eran sus sentimientos?

J.M.: Primeramente fui un soldado, simple, creía todo lo que me decían. Pero cuando me destinaron a las tareas de reclutamiento empecé a notar un sentimiento de malestar: debía mentir siempre.

R. M. E.: Sin embargo Ud. estaba convencido que su país se estaba comprometiendo en una guerra justa contra IrakJ.M.: Sí, los reportes que recibíamos insistían en que Saddam tenía armas de destrucción masiva. Solo mas tarde comprendimos que era una mentira.

R. M. E.: ¿Cuándo lo comprendió?

J.M.: A Irak llegué en marzo del 2003. Mi pelotón fue enviado a lugares ocupados anteriormente por el ejército iraquí. Allí encontramos miles y miles de municiones en cajas etiquetadas en Estados Unidos. Estaban allí desde que los Estados Unidos habían decidido ayudar al gobierno de Saddam en su lucha contra Irán. No solo vi cajas sino carros armados con la bandera estadounidense. Mi contingente (yo era sargento de la categoría E6, superior, en un grado, respecto al sargento y comandaba 45 marines), me preguntó porqué había municiones estadounidenses. No entendían. Los informes de la CIA nos habían convencido que Salmon Pac era un campo de terroristas y que habríamos encontrado armas biológicas y químicas. No encontramos nada. Fue en aquel momento que comencé a sospechar que nos habían mandado por el petróleo.

R. M. E.: Los párrafos más impactantes de su libro son aquellos en los que reconoce que, en aquel período, era un “asesino psicópata”. ¿Me puede explicar como pudo llegar a ese extremo?J.M. Me convertí en un asesino psicópata porque me adiestraron para matar. No nací así. Fue el ejército el que hizo de mí un gangster al servicio de las multinacionales estaunidenses, un delincuente miserable. Se me adiestró para seguir ciegamente las órdenes del presidente de Los estados Unidos y llevar al país lo que él había pedido sin ninguna consideración moral. Era un psicópata porque aprendía a disparar primero y después preguntar, como un enfermo y no como un soldado profesional que solo debe enfrentarse a otro soldado. Si había que asesinar mujeres o niños, nosotros lo hacíamos. Ya no éramos más soldados sino mercenarios.

R. M. E.: ¿Cómo llegó a esa conclusión?
J.M.: Después de varias experiencias. Nuestro trabajo consistía en meternos en los sectores de la ciudad que se nos había asignado y ocuparnos de la seguridad en las calles. Hubo un incidente, uno de tantos, que me hizo sentir que había llegado al límite: un vehículo que transportaba civiles iraquíes. Todos los reportes de los servicios secretos que nos llegaban decían que los automóviles estaban cargados de explosivos. No teníamos informaciones de otras fuentes. Los automóviles llegaban y nosotros disparábamos al aire, como advertencia; si no aminoraban la marcha y no respetaban la velocidad que les indicábamos disparábamos sin dudarlo.

R. M. E.: ¿Con las ametralladoras?
J.M.: Sí, y esperábamos las explosiones al ver que los carros quedaban acribillados. Pero no hubo jamás ni una sola explosión. Luego mirábamos dentro y, ¿qué encontrábamos? Muertos, heridos pero ni una sola arma, ninguna propaganda de Al Qaeda. Nada. Eran civiles en el lugar y momento equivocados.

R. M. E.: Ud. cuenta que su pelotón disparó contra una manifestación pacífica. ¿Cómo fue eso?
J.M.: Fue en los alrededores del complejo militar de Rachid, al sur de Bagdad, cerca del Tigris. Había manifestantes en la entrada de la calle, eran jóvenes y no tenían armas. Íbamos avanzando y vimos un vehículo estacionado. El chofer nos dijo que se trataba de una manifestación pacífica. Si hubieran querido hacer algo, habrían podido hacer estallar el carro pero no lo hicieron. Estábamos tranquilos, pensábamos: “si hubieran querido atacarnos ya lo habrían hecho” Estaban a casi doscientos metros de distancia.

R. M. E.: ¿Y quien dio la orden de disparar sobre los manifestantes? J.M.: El Alto Mando nos instruyó en que no había que perder de vista los civiles porque los fedayines de la Guardia Republicana se habían sacado el uniforme mezclándose con los civiles para efectuar ataques terroristas contra las tropas estadounidenses. Los informes estaban presentes a lo largo de toda la cadena de mando. Los marines teníamos una idea clara de lo que era la cadena de mando organizada en Irak. Creo que la orden de disparar salió de los altos funcionarios de la Administración y de los centros de información militar del gobierno.

R. M. E.: Entonces, ¿qué hizo?

J.M.: Me fui hasta mi Humvee y sentí pasar una bala cerca de mi cabeza. Los marines habían comenzado a disparar y yo hice lo mismo. No hubo respuesta de parte de los manifestantes. Disparé unas doce veces y ni siquiera una reacción. Quise asegurarme que habíamos matado respetando las normas de combate de la Convención de Ginebra y siguiendo los métodos reglamentarios para este tipo de operaciones. Traté de olvidar esas caras y me puse a buscar unas armas que nunca aparecieron.
R. M. E.: ¿Como reaccionaron sus superiores?
J. M. Me dijeron que eso solía suceder.
R. M. E.: ¿Cómo reaccionó su contingente cuando descubrieron que habían sido engañados?
J.M.: Era el comandante, mis marines me preguntaron porqué matábamos tantos civiles. “¿Podrías hablar con el subteniente?”, me preguntaron. “Hazle notar que necesitamos un equipamiento adecuado”. La respuesta fue: “¡Nó!”. Cuando los marines se dieron cuenta de que se trataba de una gran mentira perdieron la paciencia. Nuestra primera misión en Irak no estaba destinada a llevar ayuda alimentaria, como proclamaban los medios, sino a controlar el petróleo de Basora. En Karbala empleamos la artillería durante 24 horas seguidas. Fue la primera ciudad que atacamos. Yo pensaba que debíamos llevar comida y medicinas a la población. No. Continuamos hasta las zonas petroleras. Antes de Irak estuvimos en Kuwait. Llegamos en Enero del 2003. Los vehículos estaban llenos de comida y medicinas. Le pregunté al teniente qué debíamos hacer, porque, con todos estos pertrechos a bordo casi no había espacio para nosotros. Me respondió que el capitán le había ordenado dejar todo en Kuwait. Mas tarde recibimos la orden de quemarlo todo, comida y medicinas. R. M. E.: También denunció el uso de uranio empobrecido…

J.M.: Tengo 35 años y mi capacidad pulmonar se ha reducido en un 20%.

R. M. E.: ¿Qué sucedió a su regreso a Estados Unidos?

J. M.: Me tomaban por loco, pensaban que era un bellaco, un traidor.

R. M. E.: Sus superiores dicen que Ud. miente.

J.M.: Pero las pruebas en contra son apabullantes. El ejército estadounidense está acabado. Mientras más dure la guerra, mas pronto se impondrá mi verdad.

R. M. E.: El libro que acaba de presentar en Venezuela ha sido publicado en español y francés. ¿Por qué no ha salido en los Estados Unidos?J. M.: Los editores pretendían que los nombres de las personas implicadas (en las atrocidades), fueran eliminados y que la guerra de Irak fuera presentada de manera más “nebulosa”, menos cruda. Pero no estoy dispuesto a hacerlo. Un editor como News Press, aparentemente de izquierda, rechazó publicarlo por temor a sufrir demandas judiciales, pensando que las personas citadas podrían haberse querellado.

R. M. E.: ¿Porqué, medios como el New York Times y el Washington Post, no han publicado su testimonio?J.M.: No voy a repetir la versión oficial que señala que las tropas estaban en Irak para ayudar a la población y ni siquiera digo que los civiles mueren accidentalmente. Me niego a decirlo. Nunca vi un disparo accidental contra los iraquíes y me niego a mentir.

R. M. E.: ¿Cambiaron de actitud?

J. M.: No (simplemente), abrieron las páginas a las objeciones de conciencia, las opiniones y los libros de quienes están en contra de la guerra pero que no han vivido este tipo de experiencia. No quieren encarar la realidad.

R, M. E.: ¿Tiene fotos o algún documento que prueben lo que Ud. asevera?

J. M.: No, todo lo que tenía me fue requisado cuando recibí la orden de regresar a los Estados Unidos. Volví de Irak con dos armas: mi cabeza y mi cuchillo.

R. M. E.: En su opinión, ¿existe una manera de detener esta guerra a la brevedad?

J. M.: No por lo que puedo observar y visto que, tanto republicanos como demócratas están de acuerdo (con la guerra). La guerra es un negocio enorme para los dos partidos que dependen del complejo militar-industrial. Necesitamos un tercer partido.

R. M. E.: ¿Cuál?

J. M.: El del socialismo.

R. M. E.: ¿Participó en el debate “Es posible una revolución en los Estados Unidos? ¿Y, lo cree posible?

J. M.: Ya comenzó, en el Sur, donde nací.

R. M. E.: Pero, el Sur ha sido, tradicionalmente, la zona más conservadora del país.

J. M.: Después del huracán Katrina han cambiado las cosas. Nueva Orleáns asemeja a Bagdad. La gente del Sur se indigna y todos los días se pregunta cómo es posible que se inviertan fortunas en una guerra inútil y, al mismo tiempo, no haya dinero para (reconstruir), Nueva Orleáns. Hay que recordar que fue en el Sur donde comenzó la más grande rebelión de la historia (De los Estados Unidos)

R. M. E.: ¿Irá a Cuba?

J. M.: Admiro mucho a Fidel Castro y al pueblo de Cuba. Si me invitan iré. No me importa lo que dice mi gobierno, nadie puede decidir donde puedo o no puedo ir.

R. M. E.: ¿Sabe que el símbolo del desprecio imperial hacia nuestra nación (Cuba), es una fotografía de unos marines orinando la estatua de José Martí, héroe de nuestra independencia?

J. M.: Claro que sí. Cuando estaba en los marines, se nos hablaba de Cuba como si se tratara de una colonia de los Estados Unidos y nos enseñaban un poco de historia. Un marine siempre debe saber al menos algo del país que está por invadir, como dice la canción…

R. M. E.: ¿La canción de los Marines?

J. M.: (Canta) “From the halls of Montezuma, to the shores of Tripoli” [Desde los salones de Moctezuma, hasta las playas de Trípoli… ndt]

R. M. E.: Es decir, el mundo entero...

J. M: Efectivamente el sueño es dominar al mundo... aunque para conseguirlo debamos convertirnos todos en asesinos…anche se per realizzarlo dobbiamo diventare tutti degli assassini.

*Entrevista realizada por Rosa Miriam Elizalde, periodista cubana.

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