OSCAR FERNANDEZ MEL, MEDICO Y COMPAñERO DEL CHE EN LA SIERRA MAESTRA Y EL CONGO
“Aprendí a ser revolucionario Che”
Apenas recibido de médico se incorporó a la lucha contra Batista, enrolado en la columna del Che. También lo acompañó durante los primeros años de la revolución en Cuba y finalmente en el Congo.
Por Gustavo Veiga
–Usted es médico como lo era el Che y compartió con él las experiencias guerrilleras en la Sierra Maestra y el Congo, ¿de qué modo explica cómo se sobreponía a su enemigo íntimo, el asma, en esos ambientes hostiles?
–El Che tenía un diapasón de comportamiento y para tolerar el dolor y el sufrimiento era admirable. El soportaba los ataques de asma con estoicismo. Imagínese que en aquella época lo que él usaba era la adrenalina. No había los remedios que hay ahora. Y por supuesto, le aceleraba el corazón y de tanto darle alguna vez se intoxicaba. También tenía dolores de abdomen. Después que triunfó la revolución yo le ponía su suero con cortisona, cuando él ya no podía más, y eso lo mejoraba, le hacia eliminar la adrenalina. Sus ataques eran los más profundos que yo he visto en mi vida.
–¿Llegó a peligrar su vida por la enfermedad?
–Cuando él, en otras etapas, tenía problemas con el aparatico, ahí sí perdía un poco la calma. Sabía lo que le podía pasar en cualquier momento. Hay algunas anécdotas, como por ejemplo un momento después del desembarco del “Granma”. Un hombre que se llamaba Luis Crespo, del que el Che hablaba con verdadera fruición, lo había ayudado en los primeros días cuando le daban los ataques de asma y no había nada. Luis le decía: tómate de ese fusil y él le respondía, no, déjame aquí. Su asma era muy profundo, demasiado y le venía desde muy pequeño. Usted sabe que había una discusión entre el padre y la madre; se echaban la culpa del problema. Lo cual no tiene sentido porque el asma es una enfermedad alérgica y no creo que ninguno de ellos la haya provocado, y menos la madre, a la cual él adoraba: Celia Serna, una mujer admirable.
–¿Guevara tomaba en cuenta las sugerencias sobre su salud?
–No, si yo le decía algo, no aceptaba nada. Cuando triunfa la revolución, pues, teníamos al doctor Adolfo Rodríguez de la Vega, que era un profesor famoso y perteneció también a nuestra columna y lo llevábamos como hacíamos con médicos importantes del hospital Calixto García para que lo trataran. Yo había pasado a un plano distinto, porque mis especialidades son la traumatología y ortopedia. Y si le ponía los sueros con cortisona, era porque se los imponía. No crea que a él le caía muy bien estar acostado con un suero.
–¿Desconfió alguna vez de que el Che pudiera sobreponerse en la selva a esos ataques de asma?
–El tenía mucha disciplina. Cuando nosotros veníamos desde la Sierra Maestra al Escambray, en el centro de la selva, marchábamos metidos en los pantanos con el agua hasta la cintura. Agua sucia. Pero era tal la confianza que tenía la columna en el Che, que si estábamos perdidos dando vueltas en el mismo lugar, todo el mundo sabía que él nos iba a sacar hacia adelante con una brujulita y un mapita de propaganda de la isla de Cuba.
–¿Qué experiencias compartieron en la campaña de la Sierra Maestra?
–Hubo una parte en la que estuvimos muy alejados. El se encontraba mucho más al oeste y yo más al este. Nos volvimos a encontrar cuando se lanzó la ofensiva del ejército de verano, porque como yo era un médico joven, de veintitantos años, me mandaban para todos los frentes, de un lado para el otro... Y volví a caer con él en el combate de Las Vegas de Jibacoa y sobre todo, en el de las Mercedes, que fueron los últimos para que el ejército de Batista saliera derrotado de la Sierra Maestra. Inmediatamente se formaron las columnas para venir hacia el centro de la isla y aprovechar la ofensiva hacia occidente para partir la isla en dos, y ya me quedé con él y vine en su columna. Ahí sí tuvimos mucho trato, conversábamos mucho, yo no era un hombre de la política y me fui haciendo con él.
–¿Cómo que no era un hombre de la política?
–La gente quería tumbar a Batista y entre ellos estaba yo. Fue con el Che que aprendí a ser revolucionario, si es que llegué a serlo, tanto desde el punto de vista teórico como desde el práctico. Digo teórico, porque como yo llegué a tener tanta admiración por él, hicimos una amistad muy estrecha. Y eso influía mucho. Yo pensaba: si este hombre es comunista, es porque esto es bueno. Después yo realicé mis estudios aparte, pero si me hice revolucionario fue por él. Y cuando le pedía explicación sobre algunas cosas, él las daba. Porque hay otra cosa del Che de la que tampoco se habla mucho: le encantaba enseñarles a escribir y a leer a los soldados, que muchos de ellos eran totalmente analfabetos. En el Congo enseñó a hablar francés. O sea, eso siempre estaba presente.
–Después de que triunfara la revolución, ¿de qué modo continuó la relación entre los dos?
–Ah, hombre, yo seguí con él. Viví en todas sus casas. En la única oportunidad en que no lo acompañé, fue cuando se retiró a la playa porque estaba enfermo de neumonía. Pero después estuvimos en cuatro o cinco casas. En la de Miramar, en la calle 18; después, donde ahora está la última casa en que él vivió, y cuando llegamos a Columbia, que era el cuartel principal de Batista, ahí también. O sea, seguí con él hasta que me casé. Y no era que yo me impusiera: voy a vivir en la casa del Che porque es un gran dirigente, ¡no! El decía: cuál es el cuarto de Oscarito, porque Oscarito me decían a mí. Había satisfacción en él de que yo participara. Disfruté mucho de su amistad y no lo traicioné nunca. Conmigo estaba seguro.
–¿El Che fue su padrino de bodas?
–Sí, por supuesto. Para mí fue una gran satisfacción, porque él no era un hombre de actos protocolares. La boda del Che también fue una boda muy sencilla. Un día se reunieron con Aleida en la casa de uno de los escoltas de él. Y allí, en una mesita, se casaron. El ya estaba un tanto enfermo de neumonía. No se cuidaba la salud. La impresión que yo tengo es que sabía que iba a morir. Imagínese usted un hombre con ese asma y fumaba tabacos hasta que se quemaba los dedos. Cogió el vicio de fumar para combatir un poco los mosquitos en los primeros tiempos de la Sierra Maestra, en la parte más baja. Y lo disfrutaba como usted no es capaz de imaginar. Después del triunfo, en el llano, le recomendaron dejar de fumar. Y él no tenía interés alguno en hacerlo.
–¿Es cierto que usted le presentó a Aleida March, su segunda esposa?
–(Se ríe.) Bueno, cuando nosotros estábamos en el Escambray, tenía siempre armado mi hospital, que era un bohío, con una mesa donde hacía lo que podía. Y entonces llegó Aleida que ya estaba en el movimiento 26 de Julio y venía un poco quemada de la ciudad. Subió con dinero, y el Che me la mandó a mí primero para que le quitara los esparadrapos y que fuera a vivir al bohío donde se supone que estaba el hospital. Un ambiente un poco más lindo para ella, mejor que el de un campamento. No es que yo se la había presentado; sí la conocía un poco más. Era atrevida, agresiva, y empezó a ir con él a los combates. Así se fueron uniendo sin saber que serían marido y mujer, que iban a constituir un matrimonio. Por eso, Aleida guarda un grato recuerdo hacia mí y yo también hacia ella.
–¿También conocía a los pequeños hijos de la pareja?
–Cuando ellos se enfermaban, el Che me decía: “Inyéctalos tú, porque figúrate, me ven muy poco y cuando me ven, si me ven con una jeringuilla van a odiarme”. Cosas cotidianas como éstas se producían. Y ésa fue la amistad que tuvimos y que cultivamos. Yo me imagino que para él también debió ser una satisfacción similar a la que yo siento. Pero claro, él siempre en el papel de jefe, aunque no lo quisiera.
–¿Se frecuentaban en reuniones familiares o resultaba imposible por las múltiples actividades del Che?
–Pudo haberse dado, aunque no lo recuerdo. Sí en una oportunidad fuimos a Colón, mi pueblo natal, y él conoció a mi padre, mi hermano, mi familia... No me acuerdo de más encuentros semejantes, aunque por supuesto, tampoco las evitábamos. El Che trabajaba extraordinariamente y los fines de semana tenía las sesiones de trabajo voluntario. No era un hombre que descansara. Y no disfrutaba de muchos días libres. Yo, a pesar de estar trabajando en otras cosas, salía con él a distintos lados. Fuimos en su avioneta a Cayo Largo, porque se construía un motel ahí, donde estaba la columna 8. Pero no recuerdo relaciones de familia a familia, muy amplias.
–Usted compartió con Guevara la experiencia guerrillera del ex Congo Belga que concluyó en un fracaso, ¿cómo nació esa idea?
–Yo me lo pregunto también. Usted sabe que él tiene un libro que se llama La guerra de guerrillas. Era un hombre que conocía teoría y práctica de la lucha. Pero, ¿cómo fue que se metió allí? Intervinieron algunos factores: la información inadecuada que le llevaron fue uno de ellos. Hubo gente que estuvo viendo el frente guerrillero del Congo Belga y entonces le informó que había miles de efectivos armados, que estaba todo muy bien organizado. Pero el Che, antes de irse para el Congo, hizo dos viajes por todo el continente africano y ahí surgió esa idea. Hay algunas cosas que avalan esto.
–¿Cuáles?
–En primer lugar, que se creó un ambiente en las visitas que él realizó. Hizo mucha amistad con Ben Bella, de Argelia, que era en aquel momento el centro progresista del continente africano. Entonces se reunió con Kwame Nkrumah, con Sékou Touré, con Leopold Sengor, con Julius Nyerere... y en un momento determinado se habló de crear un ejército de los distintos países. Había una efervescencia progresista y revolucionaria en el continente africano, extraordinaria. Esa es la verdad. Y él se encontró en Tanzania con todos estos dirigentes, inclusive con Kabila, que era el jefe del frente congolés. Pues él creía que podía hacer algo, encaminar aquello. También pensaba que a través de la guerra, los soldados africanos podrían alcanzar un mayor nivel cultural, un mayor nivel ideológico, a través de la lucha, siempre y cuando se prestaran a luchar. Pero aquello no resultó así.
–¿Qué conclusiones sacó de aquel foco guerrillero en el corazón del Africa?
–Yo siempre he dicho que es la etapa más plana del Che, donde no pudo aportar nada desde el punto de vista militar e intelectual. Por supuesto que él era un maestro de la lucha guerrillera y sus aliados se aparecían con la propuesta de atacar a las ciudades y él les respondía: esto no se puede. Primero hay que hacerse fuertes, tener tropas, arreglar el frente antes de lanzarse, y no le hacían caso. En lo personal, creo que nos equivocamos de continente, de país y de dirigentes. Porque ya vimos qué fue lo que pasó con Kabila. El otro era Soumialot, que para mí era un tipo totalmente anodino. Me tocó tratarlo. El se la pasaba viviendo de la revolución (sonríe). También estaba Mulele por el noreste... El que podía hacer algo era Kabila, porque nosotros éramos blancos y eso pesa mucho en el continente africano.
–¿Cuántos cubanos acompañaban al Che?
–Unos cien, en determinado momento un poquito más, en otro un poco menos.
–¿A quiénes recuerda entre los más conocidos?
–Bueno, estaban Emilio Aragonés, Margolles, Pombo, Víctor Dreke, que era el segundo del Che, un hombre negro. Había una cantidad de negros cubanos bien grande. Blancos éramos los menos.
–¿Fue al Congo más como médico o militar?
–Había que hacer de todo. En realidad, yo era como un jefe de estado mayor, por llamarle de alguna manera desde el punto de vista militar, pero también debía actuar como médico, porque era un factor político importante. Había una aldea y usted iba a allí a conseguir dos cosas: tratar de curar un poco y hacer política. El médico cubano, el médico de la guerrilla, era importante. Pero también ahí uno se dio cuenta de que el problema de Africa es mucho más complejo.
–¿Por qué?
–Porque usted llegaba y veía a un joven lleno de parásitos. Si tenía la pastilla algunas veces se la daba, pero él seguía tomando agua en el mismo charco. O sea, era relativamente poco lo que podíamos hacer. Por ejemplo, en Kigoma, Tanzania, había prostíbulos y los soldados de vez en cuando iban para allá. Unas veces se escapaban y otras había que darles el pase. Ellos tenían un concepto de la guerrilla que había que darles el pase y entonces venían llenos de gonorrea. La guerrilla en Cuba no tenía pase. Yo nunca había visto una cosa tan exagerada, porque las denopatías eran del tamaño de un puño. Sin embargo, les poníamos una penicilina rapilenta y al otro día no tenían nada. Porque estaban vírgenes de antibióticos. O sea, que debíamos hacer de médicos.
–¿Cuánto tiempo permanecieron en esa región?
–Fuimos en abril del ’65 y salimos en diciembre del mismo año.
–¿Cómo quedó el Che después de esa experiencia?
–El se fue por su lado hacia Tanzania. Allí, en un cuarto, es donde escribe el famoso diario. Una de las veces que viajé a Dar es Salaam me lo enseñó y me dijo: “Oye, estamos duros”. Se lo veía muy resentido por la ida. El tema es que él, pese al fracaso, planteaba dos o tres salidas. Una era que un grupo pequeño de los que estábamos ahí iría a ver a Mulele. Pero éste se encontraba en el noroeste. Había que atravesar todo el Congo hasta que el Che se dio cuenta de que era imposible. La otra consistía en sacar a todos los que estuvieran enfermos porque Africa es un continente extraño. Había compañeros que no tenían nada, pero a las siete de la noche les entraban unos escalofríos y se la pasaban sudando, dando vueltas. Y aunque al otro día por la mañana se les quitaba, eso nos iba debilitando mucho. Entonces la idea era que se dejara enfriar la situación en esa zona para después volver a empezar a levantar el frente guerrillero. Pero parece que primó la idea de ir por otros lados, a América latina, y entonces aceptó con el dolor de su alma salir del Congo. En el diario se nota ese resentimiento que tenía por haber fracasado en el intento. El mismo se echaba la culpa de que no fue lo suficientemente inteligente para estudiar swahili, el dialecto local.
–Se retiran del Congo y desde diciembre del ’65 a la muerte del Che en Bolivia faltan casi dos años. ¿Qué pasó durante ese período?
–Bueno, yo vuelvo a principios de marzo. Traigo todos los documentos, incluyendo el diario. Y a partir de ahí, ya perdí el contacto con él. Me imagino que estaría preparando toda la cuestión de América latina que, en definitiva, era su objetivo final. Que además lo había planteado desde México: él le pidió a Fidel que le permitieran irse a otro país cuando triunfara la revolución cubana. Tenía alma de conspirador de verdad, pero para las buenas causas.
–¿Usted tuvo una estrecha relación con el periodista Jorge Masetti, que murió mientras intentaba crear un foco guerrillero en Salta?
–Yo lo conocí, fue el fundador de Prensa Latina. Una vez producido el triunfo de la revolución, el Che estaba un poco detrás de él, de esa idea, y Masetti con esa tenacidad, con esa profundidad de trabajo que él tenía, consiguió los mejores corresponsales. García Márquez era el que estaba en Colombia y Rodolfo Walsh en la Argentina. No creo que Cuba le haya entregado mucho dinero para fundarla y, si se lo dio, habrá sido el Che. Fue un trabajo muy fuerte y que es obra exclusiva de Jorge Masetti. Yo tengo mi pedacito también, pero porque el Che me lo pidió. Inclusive, el edificio donde funcionaba se lo di cuando era presidente del colegio médico y les cedí un piso completo para la agencia. Y aún sigue ahí. O sea, que aunque no me lo reconozcan, me siento un poco fundador de Prensa Latina. Pero Masetti fue el corazón, el alma, hasta que murió aquí, en el norte, en Salta.
–Dijo que después de la aventura en el Congo perdió todo contacto con el Che. ¿O sea que no intervino en los preparativos para la incursión en Bolivia?
–Yo llegué hasta el Congo. En la parte de Bolivia no participé en nada. El se precipitó en ir, parece que la zona no era la mejor y no había muchos campesinos tampoco. Luego vino la famosa discusión con Mario Monje, el secretario general del PC boliviano, que no asumió la responsabilidad para la que se había comprometido con Cuba. Pienso que ahí influyó lo que pasó en Africa con Kabila. Y el Che tal vez pensó: no voy a subordinarme de nuevo. Pero la operación podría haberse hecho de otra manera porque Kabila no era secretario general de ningún partido comunista ni mucho menos, y Monje sí.
–¿Qué queda de Guevara hoy? ¿Su ideario? ¿Su mito? ¿Su imagen glorificada?
–No creo que haya previsto que se lo recordara a nivel universal como ahora. Pero él afirmaba: yo tengo que hacer algo para que la gente me recuerde. Eso me lo dijo a mí. En Europa, donde estuve con unos periodistas franceses, me comentaron que hay una locura con el mito. No me gusta la palabra mito porque el Che es una realidad objetiva, sus consignas andan por ahí. Yo lo llamaría icono.
–¿Un icono de qué?
–Un icono de la libertad, de las fuerzas más pobres, del progreso de la humanidad... Tenía muchas virtudes y también defectos. No era un hombre perfecto ni mucho menos, pero estaba bastante cerca. El era consecuente entre lo que hacia en su vida pública y en su vida privada. No aspiraba a grandes lujos a pesar de que los conocía. Sabía de un buen vino o un buen bife, pero era capaz de comer lo que se come en la guerrilla, que es un desastre.
–¿Y la gente qué le transmite?, ¿sus valores o un producto de marketing?
–Yo fui embajador en Londres y los ingleses tenían locura con el Che. Había hasta una cerveza. Y una tienda de chucherías. Era un tipo muy admirado. Hay una explosión con él, quizá porque no existen otros dirigentes u otra personalidad de su nivel. Pero a la gente se le olvida que el Che fue comunista. El nunca hubiera estado de acuerdo, quería que se lo recordara de otra forma, con más contenido político.
–¿Queda algún rastro del hombre nuevo por el que Guevara luchaba?
–El decía que el socialismo económico no le interesaba, que no tenía futuro, que debía ir acompañado con un cambio de conciencia de las masas. Y hablaba mucho de eso. Hacía hincapié en los estímulos morales y decía que así se llegaba a la gente. Tampoco era de los que metían la ideología a martillazos.
–¿Qué le pareció la última película sobre el Che donde lo protagoniza Benicio Del Toro?
–Acá en la Argentina me he encontrado con gente que la vio y que le gustó. Todas las películas que se habían hecho antes eran muy malas. La actuación de Benicio ha sido estupenda. También me gustaron las declaraciones que ha hecho. En España le preguntaron si Fidel se había convertido en un dictador. El respondió: no olvidemos que hace cincuenta años hay un bloqueo sobre ese país chiquito. O sea, no se lanzó a una defensa a ultranza de la revolución, pero a mí me pareció que la respuesta fue formidable.
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¿POR QUE OSCAR FERNANDEZ MEL?
Una vida revolucionaria
Por Gustavo Veiga
La trayectoria revolucionaria, militar y diplomática de Oscar Fernández Mel es demasiado prolífica. Nacido en Colón, Cuba, el 24 de marzo de 1931, es médico y está divorciado de la actriz Odalys Fuentes con la que tuvo tres hijos. Combatió con el Che Guevara, a quien lo unía una gran amistad, en la Sierra Maestra y en el ex Congo Belga. El cargo que más lo enorgullece de todos los que ocupó fue el de comandante del ejército rebelde.
Pero luego de que triunfó la revolución de los barbudos (él era uno de ellos, como lo atestiguan las fotografías de la época), fue uno de los doce primeros generales de Fidel Castro, jefe de Estado Mayor del Ejército de Occidente, jefe de los Servicios Médicos de las FAR, viceministro de las FAR, alcalde de La Habana entre 1976 y 1986, jefe del ejército juvenil del trabajo, director de un hospital y embajador en Inglaterra (de donde lo expulsaron por un affaire que provocó la CIA) y Finlandia.
Viajó por primera vez a la Argentina en noviembre de este año para asistir a la presentación del libro Cuba, los gallegos y el Che, de Lois Pérez Leira, un periodista tan gallego como sus padres. A los 77 años aclara que no se ha retirado y que conserva el cargo de embajador. Su pasaporte diplomático lo confirma, aunque para ingresar a la Argentina tuvo que sacar visa.
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“Aprendí a ser revolucionario Che”
Apenas recibido de médico se incorporó a la lucha contra Batista, enrolado en la columna del Che. También lo acompañó durante los primeros años de la revolución en Cuba y finalmente en el Congo.
Por Gustavo Veiga
–Usted es médico como lo era el Che y compartió con él las experiencias guerrilleras en la Sierra Maestra y el Congo, ¿de qué modo explica cómo se sobreponía a su enemigo íntimo, el asma, en esos ambientes hostiles?
–El Che tenía un diapasón de comportamiento y para tolerar el dolor y el sufrimiento era admirable. El soportaba los ataques de asma con estoicismo. Imagínese que en aquella época lo que él usaba era la adrenalina. No había los remedios que hay ahora. Y por supuesto, le aceleraba el corazón y de tanto darle alguna vez se intoxicaba. También tenía dolores de abdomen. Después que triunfó la revolución yo le ponía su suero con cortisona, cuando él ya no podía más, y eso lo mejoraba, le hacia eliminar la adrenalina. Sus ataques eran los más profundos que yo he visto en mi vida.
–¿Llegó a peligrar su vida por la enfermedad?
–Cuando él, en otras etapas, tenía problemas con el aparatico, ahí sí perdía un poco la calma. Sabía lo que le podía pasar en cualquier momento. Hay algunas anécdotas, como por ejemplo un momento después del desembarco del “Granma”. Un hombre que se llamaba Luis Crespo, del que el Che hablaba con verdadera fruición, lo había ayudado en los primeros días cuando le daban los ataques de asma y no había nada. Luis le decía: tómate de ese fusil y él le respondía, no, déjame aquí. Su asma era muy profundo, demasiado y le venía desde muy pequeño. Usted sabe que había una discusión entre el padre y la madre; se echaban la culpa del problema. Lo cual no tiene sentido porque el asma es una enfermedad alérgica y no creo que ninguno de ellos la haya provocado, y menos la madre, a la cual él adoraba: Celia Serna, una mujer admirable.
–¿Guevara tomaba en cuenta las sugerencias sobre su salud?
–No, si yo le decía algo, no aceptaba nada. Cuando triunfa la revolución, pues, teníamos al doctor Adolfo Rodríguez de la Vega, que era un profesor famoso y perteneció también a nuestra columna y lo llevábamos como hacíamos con médicos importantes del hospital Calixto García para que lo trataran. Yo había pasado a un plano distinto, porque mis especialidades son la traumatología y ortopedia. Y si le ponía los sueros con cortisona, era porque se los imponía. No crea que a él le caía muy bien estar acostado con un suero.
–¿Desconfió alguna vez de que el Che pudiera sobreponerse en la selva a esos ataques de asma?
–El tenía mucha disciplina. Cuando nosotros veníamos desde la Sierra Maestra al Escambray, en el centro de la selva, marchábamos metidos en los pantanos con el agua hasta la cintura. Agua sucia. Pero era tal la confianza que tenía la columna en el Che, que si estábamos perdidos dando vueltas en el mismo lugar, todo el mundo sabía que él nos iba a sacar hacia adelante con una brujulita y un mapita de propaganda de la isla de Cuba.
–¿Qué experiencias compartieron en la campaña de la Sierra Maestra?
–Hubo una parte en la que estuvimos muy alejados. El se encontraba mucho más al oeste y yo más al este. Nos volvimos a encontrar cuando se lanzó la ofensiva del ejército de verano, porque como yo era un médico joven, de veintitantos años, me mandaban para todos los frentes, de un lado para el otro... Y volví a caer con él en el combate de Las Vegas de Jibacoa y sobre todo, en el de las Mercedes, que fueron los últimos para que el ejército de Batista saliera derrotado de la Sierra Maestra. Inmediatamente se formaron las columnas para venir hacia el centro de la isla y aprovechar la ofensiva hacia occidente para partir la isla en dos, y ya me quedé con él y vine en su columna. Ahí sí tuvimos mucho trato, conversábamos mucho, yo no era un hombre de la política y me fui haciendo con él.
–¿Cómo que no era un hombre de la política?
–La gente quería tumbar a Batista y entre ellos estaba yo. Fue con el Che que aprendí a ser revolucionario, si es que llegué a serlo, tanto desde el punto de vista teórico como desde el práctico. Digo teórico, porque como yo llegué a tener tanta admiración por él, hicimos una amistad muy estrecha. Y eso influía mucho. Yo pensaba: si este hombre es comunista, es porque esto es bueno. Después yo realicé mis estudios aparte, pero si me hice revolucionario fue por él. Y cuando le pedía explicación sobre algunas cosas, él las daba. Porque hay otra cosa del Che de la que tampoco se habla mucho: le encantaba enseñarles a escribir y a leer a los soldados, que muchos de ellos eran totalmente analfabetos. En el Congo enseñó a hablar francés. O sea, eso siempre estaba presente.
–Después de que triunfara la revolución, ¿de qué modo continuó la relación entre los dos?
–Ah, hombre, yo seguí con él. Viví en todas sus casas. En la única oportunidad en que no lo acompañé, fue cuando se retiró a la playa porque estaba enfermo de neumonía. Pero después estuvimos en cuatro o cinco casas. En la de Miramar, en la calle 18; después, donde ahora está la última casa en que él vivió, y cuando llegamos a Columbia, que era el cuartel principal de Batista, ahí también. O sea, seguí con él hasta que me casé. Y no era que yo me impusiera: voy a vivir en la casa del Che porque es un gran dirigente, ¡no! El decía: cuál es el cuarto de Oscarito, porque Oscarito me decían a mí. Había satisfacción en él de que yo participara. Disfruté mucho de su amistad y no lo traicioné nunca. Conmigo estaba seguro.
–¿El Che fue su padrino de bodas?
–Sí, por supuesto. Para mí fue una gran satisfacción, porque él no era un hombre de actos protocolares. La boda del Che también fue una boda muy sencilla. Un día se reunieron con Aleida en la casa de uno de los escoltas de él. Y allí, en una mesita, se casaron. El ya estaba un tanto enfermo de neumonía. No se cuidaba la salud. La impresión que yo tengo es que sabía que iba a morir. Imagínese usted un hombre con ese asma y fumaba tabacos hasta que se quemaba los dedos. Cogió el vicio de fumar para combatir un poco los mosquitos en los primeros tiempos de la Sierra Maestra, en la parte más baja. Y lo disfrutaba como usted no es capaz de imaginar. Después del triunfo, en el llano, le recomendaron dejar de fumar. Y él no tenía interés alguno en hacerlo.
–¿Es cierto que usted le presentó a Aleida March, su segunda esposa?
–(Se ríe.) Bueno, cuando nosotros estábamos en el Escambray, tenía siempre armado mi hospital, que era un bohío, con una mesa donde hacía lo que podía. Y entonces llegó Aleida que ya estaba en el movimiento 26 de Julio y venía un poco quemada de la ciudad. Subió con dinero, y el Che me la mandó a mí primero para que le quitara los esparadrapos y que fuera a vivir al bohío donde se supone que estaba el hospital. Un ambiente un poco más lindo para ella, mejor que el de un campamento. No es que yo se la había presentado; sí la conocía un poco más. Era atrevida, agresiva, y empezó a ir con él a los combates. Así se fueron uniendo sin saber que serían marido y mujer, que iban a constituir un matrimonio. Por eso, Aleida guarda un grato recuerdo hacia mí y yo también hacia ella.
–¿También conocía a los pequeños hijos de la pareja?
–Cuando ellos se enfermaban, el Che me decía: “Inyéctalos tú, porque figúrate, me ven muy poco y cuando me ven, si me ven con una jeringuilla van a odiarme”. Cosas cotidianas como éstas se producían. Y ésa fue la amistad que tuvimos y que cultivamos. Yo me imagino que para él también debió ser una satisfacción similar a la que yo siento. Pero claro, él siempre en el papel de jefe, aunque no lo quisiera.
–¿Se frecuentaban en reuniones familiares o resultaba imposible por las múltiples actividades del Che?
–Pudo haberse dado, aunque no lo recuerdo. Sí en una oportunidad fuimos a Colón, mi pueblo natal, y él conoció a mi padre, mi hermano, mi familia... No me acuerdo de más encuentros semejantes, aunque por supuesto, tampoco las evitábamos. El Che trabajaba extraordinariamente y los fines de semana tenía las sesiones de trabajo voluntario. No era un hombre que descansara. Y no disfrutaba de muchos días libres. Yo, a pesar de estar trabajando en otras cosas, salía con él a distintos lados. Fuimos en su avioneta a Cayo Largo, porque se construía un motel ahí, donde estaba la columna 8. Pero no recuerdo relaciones de familia a familia, muy amplias.
–Usted compartió con Guevara la experiencia guerrillera del ex Congo Belga que concluyó en un fracaso, ¿cómo nació esa idea?
–Yo me lo pregunto también. Usted sabe que él tiene un libro que se llama La guerra de guerrillas. Era un hombre que conocía teoría y práctica de la lucha. Pero, ¿cómo fue que se metió allí? Intervinieron algunos factores: la información inadecuada que le llevaron fue uno de ellos. Hubo gente que estuvo viendo el frente guerrillero del Congo Belga y entonces le informó que había miles de efectivos armados, que estaba todo muy bien organizado. Pero el Che, antes de irse para el Congo, hizo dos viajes por todo el continente africano y ahí surgió esa idea. Hay algunas cosas que avalan esto.
–¿Cuáles?
–En primer lugar, que se creó un ambiente en las visitas que él realizó. Hizo mucha amistad con Ben Bella, de Argelia, que era en aquel momento el centro progresista del continente africano. Entonces se reunió con Kwame Nkrumah, con Sékou Touré, con Leopold Sengor, con Julius Nyerere... y en un momento determinado se habló de crear un ejército de los distintos países. Había una efervescencia progresista y revolucionaria en el continente africano, extraordinaria. Esa es la verdad. Y él se encontró en Tanzania con todos estos dirigentes, inclusive con Kabila, que era el jefe del frente congolés. Pues él creía que podía hacer algo, encaminar aquello. También pensaba que a través de la guerra, los soldados africanos podrían alcanzar un mayor nivel cultural, un mayor nivel ideológico, a través de la lucha, siempre y cuando se prestaran a luchar. Pero aquello no resultó así.
–¿Qué conclusiones sacó de aquel foco guerrillero en el corazón del Africa?
–Yo siempre he dicho que es la etapa más plana del Che, donde no pudo aportar nada desde el punto de vista militar e intelectual. Por supuesto que él era un maestro de la lucha guerrillera y sus aliados se aparecían con la propuesta de atacar a las ciudades y él les respondía: esto no se puede. Primero hay que hacerse fuertes, tener tropas, arreglar el frente antes de lanzarse, y no le hacían caso. En lo personal, creo que nos equivocamos de continente, de país y de dirigentes. Porque ya vimos qué fue lo que pasó con Kabila. El otro era Soumialot, que para mí era un tipo totalmente anodino. Me tocó tratarlo. El se la pasaba viviendo de la revolución (sonríe). También estaba Mulele por el noreste... El que podía hacer algo era Kabila, porque nosotros éramos blancos y eso pesa mucho en el continente africano.
–¿Cuántos cubanos acompañaban al Che?
–Unos cien, en determinado momento un poquito más, en otro un poco menos.
–¿A quiénes recuerda entre los más conocidos?
–Bueno, estaban Emilio Aragonés, Margolles, Pombo, Víctor Dreke, que era el segundo del Che, un hombre negro. Había una cantidad de negros cubanos bien grande. Blancos éramos los menos.
–¿Fue al Congo más como médico o militar?
–Había que hacer de todo. En realidad, yo era como un jefe de estado mayor, por llamarle de alguna manera desde el punto de vista militar, pero también debía actuar como médico, porque era un factor político importante. Había una aldea y usted iba a allí a conseguir dos cosas: tratar de curar un poco y hacer política. El médico cubano, el médico de la guerrilla, era importante. Pero también ahí uno se dio cuenta de que el problema de Africa es mucho más complejo.
–¿Por qué?
–Porque usted llegaba y veía a un joven lleno de parásitos. Si tenía la pastilla algunas veces se la daba, pero él seguía tomando agua en el mismo charco. O sea, era relativamente poco lo que podíamos hacer. Por ejemplo, en Kigoma, Tanzania, había prostíbulos y los soldados de vez en cuando iban para allá. Unas veces se escapaban y otras había que darles el pase. Ellos tenían un concepto de la guerrilla que había que darles el pase y entonces venían llenos de gonorrea. La guerrilla en Cuba no tenía pase. Yo nunca había visto una cosa tan exagerada, porque las denopatías eran del tamaño de un puño. Sin embargo, les poníamos una penicilina rapilenta y al otro día no tenían nada. Porque estaban vírgenes de antibióticos. O sea, que debíamos hacer de médicos.
–¿Cuánto tiempo permanecieron en esa región?
–Fuimos en abril del ’65 y salimos en diciembre del mismo año.
–¿Cómo quedó el Che después de esa experiencia?
–El se fue por su lado hacia Tanzania. Allí, en un cuarto, es donde escribe el famoso diario. Una de las veces que viajé a Dar es Salaam me lo enseñó y me dijo: “Oye, estamos duros”. Se lo veía muy resentido por la ida. El tema es que él, pese al fracaso, planteaba dos o tres salidas. Una era que un grupo pequeño de los que estábamos ahí iría a ver a Mulele. Pero éste se encontraba en el noroeste. Había que atravesar todo el Congo hasta que el Che se dio cuenta de que era imposible. La otra consistía en sacar a todos los que estuvieran enfermos porque Africa es un continente extraño. Había compañeros que no tenían nada, pero a las siete de la noche les entraban unos escalofríos y se la pasaban sudando, dando vueltas. Y aunque al otro día por la mañana se les quitaba, eso nos iba debilitando mucho. Entonces la idea era que se dejara enfriar la situación en esa zona para después volver a empezar a levantar el frente guerrillero. Pero parece que primó la idea de ir por otros lados, a América latina, y entonces aceptó con el dolor de su alma salir del Congo. En el diario se nota ese resentimiento que tenía por haber fracasado en el intento. El mismo se echaba la culpa de que no fue lo suficientemente inteligente para estudiar swahili, el dialecto local.
–Se retiran del Congo y desde diciembre del ’65 a la muerte del Che en Bolivia faltan casi dos años. ¿Qué pasó durante ese período?
–Bueno, yo vuelvo a principios de marzo. Traigo todos los documentos, incluyendo el diario. Y a partir de ahí, ya perdí el contacto con él. Me imagino que estaría preparando toda la cuestión de América latina que, en definitiva, era su objetivo final. Que además lo había planteado desde México: él le pidió a Fidel que le permitieran irse a otro país cuando triunfara la revolución cubana. Tenía alma de conspirador de verdad, pero para las buenas causas.
–¿Usted tuvo una estrecha relación con el periodista Jorge Masetti, que murió mientras intentaba crear un foco guerrillero en Salta?
–Yo lo conocí, fue el fundador de Prensa Latina. Una vez producido el triunfo de la revolución, el Che estaba un poco detrás de él, de esa idea, y Masetti con esa tenacidad, con esa profundidad de trabajo que él tenía, consiguió los mejores corresponsales. García Márquez era el que estaba en Colombia y Rodolfo Walsh en la Argentina. No creo que Cuba le haya entregado mucho dinero para fundarla y, si se lo dio, habrá sido el Che. Fue un trabajo muy fuerte y que es obra exclusiva de Jorge Masetti. Yo tengo mi pedacito también, pero porque el Che me lo pidió. Inclusive, el edificio donde funcionaba se lo di cuando era presidente del colegio médico y les cedí un piso completo para la agencia. Y aún sigue ahí. O sea, que aunque no me lo reconozcan, me siento un poco fundador de Prensa Latina. Pero Masetti fue el corazón, el alma, hasta que murió aquí, en el norte, en Salta.
–Dijo que después de la aventura en el Congo perdió todo contacto con el Che. ¿O sea que no intervino en los preparativos para la incursión en Bolivia?
–Yo llegué hasta el Congo. En la parte de Bolivia no participé en nada. El se precipitó en ir, parece que la zona no era la mejor y no había muchos campesinos tampoco. Luego vino la famosa discusión con Mario Monje, el secretario general del PC boliviano, que no asumió la responsabilidad para la que se había comprometido con Cuba. Pienso que ahí influyó lo que pasó en Africa con Kabila. Y el Che tal vez pensó: no voy a subordinarme de nuevo. Pero la operación podría haberse hecho de otra manera porque Kabila no era secretario general de ningún partido comunista ni mucho menos, y Monje sí.
–¿Qué queda de Guevara hoy? ¿Su ideario? ¿Su mito? ¿Su imagen glorificada?
–No creo que haya previsto que se lo recordara a nivel universal como ahora. Pero él afirmaba: yo tengo que hacer algo para que la gente me recuerde. Eso me lo dijo a mí. En Europa, donde estuve con unos periodistas franceses, me comentaron que hay una locura con el mito. No me gusta la palabra mito porque el Che es una realidad objetiva, sus consignas andan por ahí. Yo lo llamaría icono.
–¿Un icono de qué?
–Un icono de la libertad, de las fuerzas más pobres, del progreso de la humanidad... Tenía muchas virtudes y también defectos. No era un hombre perfecto ni mucho menos, pero estaba bastante cerca. El era consecuente entre lo que hacia en su vida pública y en su vida privada. No aspiraba a grandes lujos a pesar de que los conocía. Sabía de un buen vino o un buen bife, pero era capaz de comer lo que se come en la guerrilla, que es un desastre.
–¿Y la gente qué le transmite?, ¿sus valores o un producto de marketing?
–Yo fui embajador en Londres y los ingleses tenían locura con el Che. Había hasta una cerveza. Y una tienda de chucherías. Era un tipo muy admirado. Hay una explosión con él, quizá porque no existen otros dirigentes u otra personalidad de su nivel. Pero a la gente se le olvida que el Che fue comunista. El nunca hubiera estado de acuerdo, quería que se lo recordara de otra forma, con más contenido político.
–¿Queda algún rastro del hombre nuevo por el que Guevara luchaba?
–El decía que el socialismo económico no le interesaba, que no tenía futuro, que debía ir acompañado con un cambio de conciencia de las masas. Y hablaba mucho de eso. Hacía hincapié en los estímulos morales y decía que así se llegaba a la gente. Tampoco era de los que metían la ideología a martillazos.
–¿Qué le pareció la última película sobre el Che donde lo protagoniza Benicio Del Toro?
–Acá en la Argentina me he encontrado con gente que la vio y que le gustó. Todas las películas que se habían hecho antes eran muy malas. La actuación de Benicio ha sido estupenda. También me gustaron las declaraciones que ha hecho. En España le preguntaron si Fidel se había convertido en un dictador. El respondió: no olvidemos que hace cincuenta años hay un bloqueo sobre ese país chiquito. O sea, no se lanzó a una defensa a ultranza de la revolución, pero a mí me pareció que la respuesta fue formidable.
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¿POR QUE OSCAR FERNANDEZ MEL?
Una vida revolucionaria
Por Gustavo Veiga
La trayectoria revolucionaria, militar y diplomática de Oscar Fernández Mel es demasiado prolífica. Nacido en Colón, Cuba, el 24 de marzo de 1931, es médico y está divorciado de la actriz Odalys Fuentes con la que tuvo tres hijos. Combatió con el Che Guevara, a quien lo unía una gran amistad, en la Sierra Maestra y en el ex Congo Belga. El cargo que más lo enorgullece de todos los que ocupó fue el de comandante del ejército rebelde.
Pero luego de que triunfó la revolución de los barbudos (él era uno de ellos, como lo atestiguan las fotografías de la época), fue uno de los doce primeros generales de Fidel Castro, jefe de Estado Mayor del Ejército de Occidente, jefe de los Servicios Médicos de las FAR, viceministro de las FAR, alcalde de La Habana entre 1976 y 1986, jefe del ejército juvenil del trabajo, director de un hospital y embajador en Inglaterra (de donde lo expulsaron por un affaire que provocó la CIA) y Finlandia.
Viajó por primera vez a la Argentina en noviembre de este año para asistir a la presentación del libro Cuba, los gallegos y el Che, de Lois Pérez Leira, un periodista tan gallego como sus padres. A los 77 años aclara que no se ha retirado y que conserva el cargo de embajador. Su pasaporte diplomático lo confirma, aunque para ingresar a la Argentina tuvo que sacar visa.
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