Viernes 28 de noviembre de 2008
Por Marcos Salgado B., director de Corporación de Investigación y Protección de los Derechos Fundamentales
TRIBUNA
Progresismo en América Latina
Al inaugurar el tercer foro anual del Progresismo democracia, desarrollo e inclusión social: Por un consenso progresista innovador, la Presidenta Michelle Bachelet manifestó que "hace un par de años, en este foro, planteé la necesidad de avanzar hacia un moderno estado de bienestar, que introdujera un nuevo modelo de protección social. La crítica no tardó. Fue como despertar el león dormido del dogmatismo neoliberal (...) Nuestro adversario no es la modernidad económica. Nuestros verdaderos adversarios son quienes persiguen una acumulación excluyente de la riqueza. La experiencia chilena muestra que lo progresista es apostar simultáneamente por el crecimiento económico y la justicia social".
El continente vive una situación excepcional. El sistema democrático parece haberse consolidado, con gobiernos progresistas en la mayoría de los países, acompañado de un inédito ciclo de crecimiento económico. Pero son democracias débiles, que se agotan en el plano procedimental y están amenazadas por la corrupción, el narcotráfico y la inseguridad ciudadana. En los últimos tiempos se han vuelto a cruzar los temas de pobreza y desigualdad con los modelos de desarrollo y el papel del Estado. Todo por los giros a la izquierda o a la derecha. Respecto de la pobreza y desigualdad, es reconocible la mejora de la situación en varios países. Pero es una discusión más estadística que socioeconómica y política: si se modifica la presentación de datos, la situación es más crítica, aunque no niega una mejora relativa. En cuanto a la desigualdad y la extrema concentración de la riqueza, no se ve ningún progreso si no hay una reforma tributaria que afecte a la distribución del ingreso y la riqueza. Eso requiere mayor intervención del Estado.
Esto se ha querido soslayar sustituyendo el principio de mayor igualdad por el de igualdad de oportunidades. También mediante la simplista visión de que la educación lo arregla todo. La equidad apunta a un piso para situaciones individuales, pero no asegura un techo ni disminuye las distancias que afectan la cohesión e integración social. Las oportunidades no se dan en un solo momento sino a lo largo de la vida, lo que vuelve a exigir el Estado de protección. La educación, si no es intervenida de modo adecuado, tiende a reproducir y agravar las desigualdades.
La llamada ola progresista de América Latina tiene su origen en estas cuestiones y su enemigo principal es la política neoliberal, no sólo la original sino las reformuladas tras los fracasos de éstas para resolver la cuestión del desarrollo en el largo plazo. Aún hay timidez para enfrentar radicalmente los temas de la distribución del ingreso y la riqueza. Queremos sistemas nórdicos de bienestar con impuestos y estados latinos. Cuando se insiste en esto, la derecha ilustrada vuelve con la monserga del populismo, que por desgracia penetra al progresismo. Hace poco, a raíz de reuniones internacionales de esta tendencia, se repite la majadería antiestatal y antirredistributiva y algunos reflotan el calificativo del idiota latinoamericano para referirse a quienes plantean la necesidad de políticas de redistribución y profundizar las responsabilidades del Estado.
Pero el verdadero idiota latinoamericano es el nostálgico de la época de ajuste, la euforia privatizadora, el que repite consignas falsas, demagógicas y antidemocráticas. Si hoy se puede acusar un déficit democrático no se debe a unas políticas populistas, sino a la herencia neoliberal, a veces impuesta con métodos no democráticos, que aumentó la pobreza y la desigualdad. Terminemos con el mito: la instalación de las democracias en los ’80 y los ’90 no debe nada al neoliberalismo. Pero los déficit de las democracias políticas para convertirse en sistemas de redistribución de poder y riqueza se deben a enclaves neoliberales no sólo en las estructuras económicas sino en las mentes de actores empresariales y de los ideólogos de la nueva derecha, también en las de ciertas tecnocracias progresistas. Esto desafía al progresismo latinoamericano, que debe dar respuesta a las demandas de ciudadanos más empoderados y a la vez más informados y debe dar un salto creativo, interrogándose sobre sus potencialidades.
Este foro organizado por Chile 21 fue un acierto en cuanto a ideas y propuestas para el futuro de América Latina.
http://www.lanacion.cl/prontus_noticias_v2/site/artic/20081127/pags/20081127181451.html
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Por Marcos Salgado B., director de Corporación de Investigación y Protección de los Derechos Fundamentales
TRIBUNA
Progresismo en América Latina
Al inaugurar el tercer foro anual del Progresismo democracia, desarrollo e inclusión social: Por un consenso progresista innovador, la Presidenta Michelle Bachelet manifestó que "hace un par de años, en este foro, planteé la necesidad de avanzar hacia un moderno estado de bienestar, que introdujera un nuevo modelo de protección social. La crítica no tardó. Fue como despertar el león dormido del dogmatismo neoliberal (...) Nuestro adversario no es la modernidad económica. Nuestros verdaderos adversarios son quienes persiguen una acumulación excluyente de la riqueza. La experiencia chilena muestra que lo progresista es apostar simultáneamente por el crecimiento económico y la justicia social".
El continente vive una situación excepcional. El sistema democrático parece haberse consolidado, con gobiernos progresistas en la mayoría de los países, acompañado de un inédito ciclo de crecimiento económico. Pero son democracias débiles, que se agotan en el plano procedimental y están amenazadas por la corrupción, el narcotráfico y la inseguridad ciudadana. En los últimos tiempos se han vuelto a cruzar los temas de pobreza y desigualdad con los modelos de desarrollo y el papel del Estado. Todo por los giros a la izquierda o a la derecha. Respecto de la pobreza y desigualdad, es reconocible la mejora de la situación en varios países. Pero es una discusión más estadística que socioeconómica y política: si se modifica la presentación de datos, la situación es más crítica, aunque no niega una mejora relativa. En cuanto a la desigualdad y la extrema concentración de la riqueza, no se ve ningún progreso si no hay una reforma tributaria que afecte a la distribución del ingreso y la riqueza. Eso requiere mayor intervención del Estado.
Esto se ha querido soslayar sustituyendo el principio de mayor igualdad por el de igualdad de oportunidades. También mediante la simplista visión de que la educación lo arregla todo. La equidad apunta a un piso para situaciones individuales, pero no asegura un techo ni disminuye las distancias que afectan la cohesión e integración social. Las oportunidades no se dan en un solo momento sino a lo largo de la vida, lo que vuelve a exigir el Estado de protección. La educación, si no es intervenida de modo adecuado, tiende a reproducir y agravar las desigualdades.
La llamada ola progresista de América Latina tiene su origen en estas cuestiones y su enemigo principal es la política neoliberal, no sólo la original sino las reformuladas tras los fracasos de éstas para resolver la cuestión del desarrollo en el largo plazo. Aún hay timidez para enfrentar radicalmente los temas de la distribución del ingreso y la riqueza. Queremos sistemas nórdicos de bienestar con impuestos y estados latinos. Cuando se insiste en esto, la derecha ilustrada vuelve con la monserga del populismo, que por desgracia penetra al progresismo. Hace poco, a raíz de reuniones internacionales de esta tendencia, se repite la majadería antiestatal y antirredistributiva y algunos reflotan el calificativo del idiota latinoamericano para referirse a quienes plantean la necesidad de políticas de redistribución y profundizar las responsabilidades del Estado.
Pero el verdadero idiota latinoamericano es el nostálgico de la época de ajuste, la euforia privatizadora, el que repite consignas falsas, demagógicas y antidemocráticas. Si hoy se puede acusar un déficit democrático no se debe a unas políticas populistas, sino a la herencia neoliberal, a veces impuesta con métodos no democráticos, que aumentó la pobreza y la desigualdad. Terminemos con el mito: la instalación de las democracias en los ’80 y los ’90 no debe nada al neoliberalismo. Pero los déficit de las democracias políticas para convertirse en sistemas de redistribución de poder y riqueza se deben a enclaves neoliberales no sólo en las estructuras económicas sino en las mentes de actores empresariales y de los ideólogos de la nueva derecha, también en las de ciertas tecnocracias progresistas. Esto desafía al progresismo latinoamericano, que debe dar respuesta a las demandas de ciudadanos más empoderados y a la vez más informados y debe dar un salto creativo, interrogándose sobre sus potencialidades.
Este foro organizado por Chile 21 fue un acierto en cuanto a ideas y propuestas para el futuro de América Latina.
http://www.lanacion.cl/prontus_noticias_v2/site/artic/20081127/pags/20081127181451.html
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