domingo, 21 de diciembre de 2008

Cuánto dura la mano dura 21-12-08

Cuánto dura la mano dura

Por Rodolfo Urribarri *

Otra vez nos vemos asolados desde los medios por la delictividad “incrementada” y con violencia homicida, que nos acosa a toda hora y desolados por la falta de protección que debería cumplir la sociedad a través de diversos estamentos.

La gente está intoxicada por la reiteración abusiva de las noticias cada vez más destacadas y truculentas realizadas por los medios (en una carrera de competencia amarillista), que exacerba la sensación de riesgo y temor, consecuentemente los reclamos en demanda de protección y seguridad.

Los diversos poderes ante esto juegan “al gran bonete”, tratan de exculparse pasando la responsabilidad a otro. El Ejecutivo, hasta ayer garantista e innovador que se jactó de logros como la nueva composición de la Corte Suprema con reconocidos juristas independientes y también por la política de derechos humanos y sus juicios a los genocidas de la última dictadura militar, hoy acusa a los jueces por excarcelar y no penar. La Justicia alega que cumplen con la ley y es la policía quien realiza procedimientos que no se ajustan a la ley y se prolongan detenciones en hacinadas comisarías, lo que redunda en excarcelaciones, que los medios trastruecan y transforman en absoluciones. Por otra parte, los legisladores, escuchando el “clamor popular”, ceden a sus presiones y la de los medios, legislando a las apuradas para aplacar el reclamo; creyendo que con mano dura, incremento de penas, etc., todo se va a arreglar, como fogonea la más rancia derecha vernácula.

Ya tuvimos hace poco la experiencia con el falso ingeniero, que del dolor de una terrible pérdida se recibió de especialista en derecho penal y de experto en medidas de seguridad, movilizó una multitud de gente atemorizada y conmovida por su dolor, que logró una serie de leyes que no contribuyeron a disminuir los delitos como él pregonaba. Luego de caer en descrédito y eclipsarse, sus argumentaciones se reciclan.

Tras el reclamo de mano dura, se agazapa la mano militar, que se sostiene en la falaz afirmación de que durante los “gobiernos militares” decrece la delincuencia; esto oculta que durante las dictaduras solo decrece la información de los hechos, en general por la connivencia de los dueños de los medios con la jerarquía gobernante, por miedo o por efecto de la censura.

Otra reaparición es la de estigmatizar a la juventud como responsable. Hace más de treinta años, uno de los slogans de los militares para justificar su abuso de poder era combatir a una juventud extraviada que ejercía violencia armada, el ser un joven pelilargo, con ropas no convencionales, en grupo y contestatario, eran suficiente motivo para la persecución y/o detención. Así se encubrió la violencia criminal organizada desde el Estado, el robo, las apropiaciones y negociados.

Hoy el mismo argumento de responsabilización de los jóvenes se aggiorna a la delincuencia y se promueven castigos mayores para los “villeros” criminales. Se sabe desde hace mucho que las dificultades económico–sociales incrementan la delincuencia, entonces lo razonable no es más persecución policial, más severidad judicial, mayores penalidades, del código, más cárceles, sino una política que se preocupe por revertir la profunda desigualdad social que las últimas décadas han impuesto en nuestro país, que posibiliten a lo largo de una acción convergente y sostenida que los niños y jóvenes vuelvan a creer en un futuro posible y que se les ofrezca inserción laboral y de progreso, renovando la esperanza perdida, y se vaya progresivamente diluyendo la violencia reactiva que albergan. Que puedan concurrir a la escuela, a centros deportivos, donde sean respetados, comprendidos, ayudados y no recluidos, estigmatizados, en centros de detención donde son degradados, vejados, violados, dominados y que en pocos años se transforman en psicópatas irrecuperables.

A la mano dura se agrega nuevamente la “necesidad” de bajar la edad de imputabilidad dado que, según afirman, hay más delitos cometidos por jóvenes. No sabemos si es o no verdad dicha afirmación, dado que en nuestro país no hay en general buenas investigaciones y estadísticas.

Ocurre algo similar al prejuicio sobre las adicciones y los jóvenes. No solo hay adultos que consumen drogas con habitualidad, sino que cuando los dealers apuntan a los jóvenes es porque saben que son los más proclives por el momento vital que transitan y porque los que persisten les aseguran un mercado duradero a futuro. Además, estigmatizando a los jóvenes se niega que los productores, contrabandistas, comercializadores, distribuidores, así como los funcionarios venales, dueños de boliches, policías corruptos y otros involucrados son adultos. También detrás de los actuales “pibes chorros” hay adultos que incitan, administran, especulan, explotan con ellos.

En cuanto a la edad de imputabilidad, en mi condición de psicólogo especializado en adolescencia, quisiera expresar mi opinión a tal propuesta: es más un “manotazo de ahogado” y que distrae el verdadero eje de lo delincuencial.

Los adolescentes adquieren en relativamente poco tiempo muchas habilidades y capacidades que en ciertos aspectos los homologan y a veces superan a los adultos (tamaño corporal, fortaleza, potencia, vigor, pujanza, pensamiento lógico, genitalidad, posibilidad gestante), pero que requieren de un tiempo de procesamiento para la incorporación y acomodación de lo nuevo. Por otra parte son característicos de esta situación los altibajos anímicos, la tendencia al apresuramiento y la desmesura, así como los conflictos y enfrentamientos con los padres y la autoridad, en su lucha de separación y anhelo de autonomía, también condicionados por los grupos de pares, de pertenencia y la exaltación de personajes que se toman como modelos.

Sienten que pueden hacer y acceder a lo que en años de infancia no podían, los acosan sensaciones y afectos intensos, avanzan con ímpetu, con dificultad de advertir los riesgos y en el apremio quieren que el futuro sea ya. Al decir de un viejo maestro, parecen tener todo, pero les falta encauzar los afectos, lograr un control racional y prospectivo, con plena responsabilidad y conciencia sobre sus actos. Esto que parece sencillo, lleva tiempo, sinsabores, riesgos, y difícilmente se logra antes de los 18 a 20 años, en el mejor de los casos.

Por tales motivos la baja en la edad de imputabilidad es un absurdo que nada va a resolver y en cambio va a propender a encaminar al joven a la escuela avanzada de criminalidad, que se dicta en el ámbito de los institutos de reclusión de menores.

Por otra parte, el contexto familiar y social de los jóvenes que delinquen viene en general precedido de una infancia carenciada, de un medio violento con primacía de la acción y no de la reflexión, con la imperiosa perentoriedad en vez de la perspectiva futura (en presente continuo), con grandes déficit educacionales y otros factores negativos que dificultan la estructuración psíquica infantil y consecuentemente no están bien asentados los basamentos que les posibiliten enfrentar con ciertas posibilidades de éxito los embates puberales y los desafíos de la adolescencia. Por ello este sector juvenil marginalizado y desposeído es aún menos capaz que el resto para responsabilizarse plenamente de sus actos en edades más tempranas de las que hoy marca la ley. En caso de bajarse la edad de imputabilidad contribuiría a empujarlos a una caída sin retorno, que solo beneficiaría a los constructores de cárceles, a los traficantes de armas y a los funcionarios corruptos.

* Profesor consulto titular (UBA). Asociación Psicoanalítica Argentina.


Permalink:
http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-117126-2008-12-21.html
*********
LOS JOVENES, LA SEGURIDAD Y LA MANO DURA CONTRA LA VIOLENCIA, SEGUN DOS EXPERTOS INTERNACIONALES

“Lo que crece es el eco social”

Carles Freixa es español, Héctor Ospina es colombiano. Ambos analizan las realidades de sus países y las de otras sociedades. Y coinciden en que “no hay un aumento real de la delincuencia juvenil en ningún lugar del mundo”. El papel de los medios, las responsabilidades del Estado, la falsa solución de la mano dura.

Por Carlos Rodríguez

Dos especialistas que realizaron estudios sobre juventud y violencia, uno en España, el otro en Colombia, coincidieron en que “no hay un aumento real de la delincuencia juvenil en ningún lugar del mundo”. De todos modos, reconocieron que “cuando se produce un hecho puntual, hay un mayor eco social porque los medios de prensa, que no son los culpables de crear el hecho, sí son responsables de amplificar lo ocurrido y producir el escándalo”. El español Carles Freixa, doctor en antropología y profesor de la Universidad de Lleida, advirtió que ese exhibicionismo de los hechos violentos hace que se esté hablando “de la evolución del erotismo de la violencia a la pornografía de la violencia”. Esto es grave, en su opinión, porque hasta los propios jóvenes violentos “utilizan los medios libres, como YouTube, por ejemplo, para subir sus propios actos de violencia. Es como decir ‘si me dicen que soy malo, pues lo voy a ser’. Es autorretratarse a partir de esa imagen. Es la profecía que se cumple”.
El colombiano Héctor Ospina, licenciado en filosofía y letras y master en educación y desarrollo social, sostuvo que en su país “la violencia se asocia bastante con los jóvenes, en la violencia de las pandillas, de las guerrillas, de los parapoliciales o en la violencia cotidiana”. El también coincidió en que sus trabajos le permitieron comprobar que la violencia en los jóvenes “es menos de lo que dicen los medios y de lo que dice el Estado”. Por el contrario, Ospina piensa que en Colombia “la violencia es un negocio del Estado, del ejército, de todas las instituciones, y hasta probablemente también de los grupos implicados, como la guerrilla o los paramilitares”. El experto opinó que al Estado “no le interesa que la violencia disminuya”.
Ospina y Freixa estuvieron en la Argentina participando del Primer Foro Iberoamericano de Revistas de Juventud organizado por la Fundación Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). En diálogo con Página/12, Carles Feixa dijo que en España se produjo “uno o dos años atrás” un debate “bastante parecido” al que se da ahora en la Argentina sobre la baja en la edad de imputabilidad de los menores. “Si bien no se llegó a pedir la baja en la edad, sí se solicitó el endurecimiento de la ley penal del menor”. Feixa recordó que en los noventa, en su país hubo “una medida progresista que es la responsabilidad penal del menor, que antes se aplicaba a los chicos de 16, en el franquismo, y que ahora se aplazó hasta los 18, aunque se creó entre los 14 y los 18 una legislación intermedia que es, en cierto modo, un castigo, pero que no llega a la internación en una cárcel sino en centros de menores que son establecimientos educativos, aunque obviamente no hay libertad para entrar y salir”. En estos casos, “son penas muy cortas que a los 18 años se eliminan”.
Según Freixa, en España “el nivel de delincuencia se ha mantenido estable e incluso ha bajado algo. Por lo pronto, no hay una discusión sobre el aumento de la delincuencia en España y en ninguna otra parte del mundo porque no lo ha habido. Lo que hay es un mayor eco social cuando se producen hechos puntuales y se produce un escándalo en torno de ello. En este sentido los medios no son los culpables de crear ese hecho, pero sí de amplificarlo. No sólo los medios tradicionales sino los medios digitales. En el caso concreto de España, eso pasó con las llamadas Bandas Latinas, que es el tema al que yo me dedico”.
Esos chicos son “lo que en Argentina se llama los pibes chorros”. En España son jóvenes “de Ecuador, Colombia y otros países latinoamericanos”. Sólo “una minoría de ellos llegan al delito, pero los medios tomaron como emblema a todos los que se agruparon en pandillas”. Explicó que a partir de “un único caso de violación de un niño pandillero a una mujer en Madrid, se levantó toda una campaña de intereses. El debate sobre la ley implicaba introducir la ley norteamericana que considera que el ser miembro de una pandilla es un agravante para cualquier delito que se haya cometido”. Aunque no se llegó a ese extremo, durante la presidencia de José María Aznar “se endurecieron algo las normas, pero después se volvió al estado anterior”.
Feixa consideró peligrosa la permanente exhibición de la violencia a través de los medios audiovisuales. “En Estados Unidos, Philippe Bourgeois habla de la evolución del erotismo de la violencia a la pornografía de la violencia. La violencia, aunque siempre ha sido condenada, es atractiva, especialmente para los adolescentes que están en una fase de formación.” La violencia, a veces, “refuerza la propia identidad del joven, pero sobre todo refuerza la identidad de quien la promueve, que son las instituciones adultas. Hay una separación radical entre nosotros, los adultos, que somos los civilizados, y los jóvenes. El viejo debate entre la civilización y la barbarie, que en este caso es generacional. Ya no somos los blancos contra los indios. Somos los adultos contra los menores”.
El colombiano Héctor Ospina dijo que en su país “se relaciona bastante la violencia con los jóvenes, sobre todo si eres de un sector social, si eres pobre. Si eres campesino, si eres habitante de los sectores populares y eres joven, eres socialmente peligroso”. Ospina aseveró que la colombiana es “una sociedad que en los últimos años es cada vez más autoritaria. El autoritarismo estatal se ha impuesto en todos los aspectos. Las medidas que se proponen son más punitivas y sí se habla de bajar la edad para sancionar a los jóvenes. Yo diría que hoy, en general, la sociedad colombiana está de acuerdo. Los mismos jóvenes, también, muchos de ellos, están de acuerdo”.
Ospina comentó que “el único espacio que tienen los jóvenes para poder reunirse es la esquina, pero inmediatamente se les mira como peligrosos, asociados con la droga, con la violencia. Yo trabajo en barrios populares y la misma comunidad, el mismo barrio, tiene la misma mirada que tienen los medios de comunicación y que tiene el Estado”. El especialista cuestionó que se comparta esa visión de los jóvenes sin tomar en cuenta “que esos muchachos no tienen espacio, no tienen trabajo ni educación, no tienen oportunidades. Pero a veces, además, tampoco tienen que ver con la violencia de que se los acusa”.
Al igual que su colega español, Ospina está convencido de que “no es punitivamente como se resuelve el asunto de la violencia de los jóvenes en Colombia. El problema tiene su origen en un país antidemocrático como es la vida civil y pública colombiana. La alternativa de muchos años, también para muchos jóvenes, es la violencia porque si tú no tienes ninguna posibilidad de expresar tu inconformidad frente a los problemas de salud, de educación, porque siempre se ilegaliza cualquier protesta, porque se considera que se pone en peligro la seguridad del Estado, la violencia pasa a ser el único camino de expresarse”.
Ospina precisó que las estadísticas oficiales, en su país, dicen que “hay más jóvenes en la violencia, mientras que otros estudios afirman que no es así. Yo creo que el problema de la violencia en Colombia es un negocio del Estado, del ejército, de todas las instituciones. Al Estado no le interesa que esto disminuya”. Recordó que desde el gobierno se habla de “tantas bajas en la guerrilla, de tantas personas que están encarceladas. ¿Cómo es posible entonces que luego digan que (la guerrilla) se multiplica con la velocidad con la que se multiplica? No es posible si no es parte de un negocio. La guerra es un negocio y Estados Unidos tiene interés en mantener la guerra de Colombia”.
Freixa insistió en que “las medidas preventivas son más eficaces que las punitivas. Pero si se aplican leyes punitivas, que también apliquen los derechos. Si se pide una baja de la imputabilidad a los 16 años, que les den el derecho al voto, a la libertad sexual, a cualquier derecho cívico. Los expertos entienden que la supuesta madurez o inmadurez de los jóvenes tiene que ver con el contexto social. No hay nada en lo biológico ni en lo psicológico que impida que un adolescente de 16 años sea maduro y tome decisiones responsables. Deben respetarse los derechos y los deberes. Si rebajamos solo una parte a los 16, estamos en una desigualdad”.
Freixa trabajó con chicos mexicanos de la clase trabajadora “que se agrupaban en pandillas porque las pandillas eran como su segunda familia. Era una manera de acceder a otra cultura. La cultura no es sólo la cultura académica, la cultura profesional, sino que es también una cultura cotidiana, de los propios jóvenes. Las pandillas tienen una dimensión violenta que no se puede negar, pero sobre todo tienen une capacidad de creación cultural importantísima. Todos los investigadores que nos dedicamos al tema sabemos perfectamente que cuando se invierte en el potencial cultural de las pandillas la violencia se reduce mucho. No desaparece, porque la violencia está presente no sólo en los jóvenes sino en toda la sociedad, pero la violencia se reduce mucho cuando hay una inversión social en las actividades creativas de los jóvenes, que son la música, el baile, la pintura, el graffiti. Los chicos inmigrantes en España viven la doble discriminación de ser pobres e inmigrantes. Los medios de comunicación les etiquetan. Son carne de cañón ideal para cualquier problema que haya”.
El experto español dijo que luego de trabajar tres años con esos grupos, en Barcelona se llegó “a pasar de una fase de un peligroso camino hacia la norteamericanización de las pandillas, el modelo de las pandillas como problema endémico, irresoluble, que debía tratarse únicamente por la vía penal, a la experiencia de convertir a esas pandillas en asociaciones juveniles. El primer caso fue la Fedelatina, que agrupa a entidades emigrantes de Cataluña, una antigua pandilla, los Latin Kids, que ahora se convirtió en asociación. Esto no eliminó los delitos ni la violencia de golpe, pero hubo una reducción importante”.
Ospina trabaja con sectores populares en un proyecto que se llama Niñas, Niños y Jóvenes Constructores y Constructoras de Paz. “Son sectores donde supuestamente hay una violencia grande. Violencias organizadas, violencias no organizadas. Lo primero que encuentro es que es menos de lo que dicen los medios o de lo que dice el Estado. Lo segundo es que los mismos compañeros del barrio de esos chicos los señalan como muchachos asociados con la drogadicción. Esos mismos chicos, una vez que encuentran una posibilidad de expresión, a través de la educación, encuentran canales de organización para poder trabajar por su barrio, por su escuela, por condiciones diferentes de vida. Por eso creo que se trata de un problema de oportunidades. Cuando se genera un espacio, una condición, cualquier relación humana genera condiciones distintas. Esto también lo he visto en hogares de paso donde llevan a muchachos que se supone delincuentes. Con una perspectiva clara de oportunidades las condiciones cambian.”
//


Permalink:http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-117125-2008-12-21.html

*
*
*

No hay comentarios: