30 de Octubre de 2008
En el funeral de Ricardo ClaroLa ceremonia del adiós
No existen los muertos malos y el que enlutó al país esta semana no es la excepción. Conozca los adjetivos con que fue despedido por lo más granado de la curia católica, el empresariado y la política, y por qué su astucia, inteligencia y aporte a la cultura lo llevaron, seguramente, directo al cielo.
Por Felipe Saleh
Igual que el Papa cuando se trata de dogma en asuntos de fe, el obispo Fernando Chomalí fue infalible a la hora de caracterizar a Ricardo Claro. “Si alguien me pregunta diría que fue sencillamente un católico ejemplar”. El que hiciera la pregunta podría tardar un poco más en comprender en qué sentido fue un ejemplo y tendría, al menos, que examinar la vida del difunto. Lo de “sencillo” claramente no es lo mismo que entenderían los católicos de comunas populares: hubo 15 sacerdotes con estola púrpura. Entre ellos, dos cardenales: Medina para la liturgia y Errázuriz para el responso. El nuncio apostólico Giuseppe Pinto leyó una carta con las condolencias del Papa para la viuda y otra de Monseñor Ángelo Sodano, por años el segundo hombre del Vaticano y ex nuncio en Santiago en tiempos de Pinochet. El astuto La semblanza del obispo Chomalí continuó apuntando a que entre los presentes había empresarios y políticos, “porque (Claro) fue un emprendedor, muy astuto, siempre interesado en lo que pasaba en el país y el mundo”. Pruebas de astucia tiene más de una. En los recuentos con motivo de su muerte se ha consignado el olfato que tuvo para anticipar dos crisis globales. También la manera en que hizo parte importante de su fortuna, en sus inicios: comprando los papeles que los accionistas desesperados –por el devenir político del país- vendían a fines de Frei Montalva y en plena época de Allende. De su alto interés por la política tampoco se enteraron muchos feligreses, hasta que sacó y prendió la radio Kyoto con la grabación de Piñera. En adelante muchos de los que ahora estaban en la iglesia supieron que lo del hombre más informado no era un mito. Y de que era uno de los personajes más temibles de Chile, tampoco. Antes, durante la dictadura de Pinochet, se mantuvo muy detrás de la primera línea. En las sombras. No quiso ser ministro para que no lo apuntaran con el dedo, como a Hernán Felipe Errázuriz o Francisco Javier Cuadra. Gracias a eso, para los que no están pendientes de los negocios o la alta política, Claro será siempre sólo una compañía de teléfonos. Otra prueba de su astucia. Una vez muerto, el miedo hacia Ricardo Claro se transformó en un respeto un poco más alto del que merecen –por lo general- los finados. Aunque la ceremonia es solemne mientras dura, Bernardo de la Maza habla distendido de televisión digital con Jaime Bellolio. Lo que no hubiera ocurrido antes por posibilidad de haber sido fulminados por la mirada del “jefe”. En realidad el temor quedó transformado en un amplio dispositivo de seguridad alrededor de la misa, que incluyó carabineros de civil mezclados con los feligreses anónimos. La estética Claro Entre los asistentes, el padre Chomalí menciona también “artistas, porque Ricardo siempre estuvo preocupado de la cultura y la estética”. Estaba el elenco de “Casado con Hijos” y escribieron condolencias Don Francisco, delante de Nicolás Larraín. Y es cierto, Claro se preocupó de la cultura, fue benefactor del Teatro Municipal y del Museo Andino, de valiosos objetos precolombinos. Pero también impuso otras tendencias: su canal gana en sintonía con humor para la tropa basado en hombres vestidos de mujer y revirtió las pérdidas de la estación gracias a una versión posmoderna del Bim Bam Bum en horario vespertino.
“No siempre se ganó la simpatía de todos, pero sí fue respetado por todos”, continuó Monseñor Chomalí y no necesitó cerciorarse en detalle de la masiva concurrencia, en la que estaban sus viejos amigos como Juan Colombo, presidente del Tribunal Constitucional, y el abogado José María Eyzaguirre, y también antiguos enemigos como Carlos Alberto Délano.
Los oportunistas
Gente como Pedro Sabat (secreteando tomado de los codos con Bellolio) quien seguramente lo respeta por su capacidad para salir ileso de los conflictos y también amistades póstumas, como Pablo Zalaquett, quien no pudo coronar de mejor manera su entrada a las ligas mayores del poder.
El alcalde electo de Santiago demostró una vez más que tiene intuición para saber dónde hay que estar, tanta como los desconocidos que llegaron tarde pero hicieron lo imposible por conseguir espacio y entrar a comulgar. Al fin de su discurso Chomalí concluyó para el bronce: “todo lo que hizo Ricardo valió la pena, porque lo hizo mirando a Dios”.
http://www.elmostrador.cl/index.php?/noticias/articulo/la_ceremonia_del_adios/
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29 de Octubre de 2008
Ricardo Claro temido, odiado, admirado Santificado sea tu nombre
Dueño de medios de comunicación y de una fortuna cuantiosa, su vida estuvo rodeada de un aura de poder, influencia y conflictos que lo transformaron en actor decisivo de los últimos 40 años de la vida política chilena. Sus enemigos susurraban su nombre con temor, porque nunca dejó de cobrarse una deuda. Obsesionado con el honor y la moral conservadora, hizo su mejor esfuerzo por limpiar su imagen de toda mácula.
Por M. Macari y M. Paz
En aquel instante, reflexión me vino: ¡Qué tristes se quedan los deudos!". (Extracto de Inspirado en Bécquer, poema escrito por Ricardo Claro Valdés en 1951).
Se lo califica de empresario pero Ricardo Claro fue mucho más que eso. Dueño de la tradicional Compañía Sudamericana de Vapores, Viña Santa Rita y Cristalerías de Chile -entre otras empresas-, amasó una de las 10 fortunas más importantes del país con una clara conciencia que el dinero es un medio y no un fin.
Obsesivo, estudioso y asertivo en el mundo de los negocios, aplicaba como pocos esa máxima de que la información es poder. Por eso alineó a los medios de comunicación de su propiedad con su ideario católico conservador, y por eso que en Mega, su canal, nunca se exhibieron los spots del Ministerio de Salud donde se promovía el uso del condón para prevenir el Sida, a pesar de que las chicas Mekano tenían licencia para perrear y exhibir piel a destajo. Y en ese misma estación encontró tribuna en horario prime el presbítero Raúl Hasbún luego de su salida de Canal 13, cuando ya era impresentable para la Iglesia Católica seguir poniendo al aire a quien en su momento defendió a Paul Schaeffer.
Ahora, en Capital -la revista de couché dirigida al mainstream ejecutivo ABC1 que Claro le compró a Guillermo Luksic en 2004-, un espacio asegurado tenía monseñor Fernando Chomalí, la voz que pontifica oficialmente la doctrina vaticana de la era Wojtyla, identificando la moral con un cinturón de castidad.
Militante de la Juventud Conservadora en sus años mozos, y proveniente de una familia tradicional, Claro siempre se sintió interpretado por una corriente pesimista para la que fuerzas perversas amenazaban, más que intereses de clase, a la sociedad cristiano occidental en su conjunto. Gran ideólogo de esta tesis fue el historiador Jaime Eyzaguirre, adscrito al hispanismo, de quien él mismo reconoció sentirse admirador en la entrevista que este año le hicieron en Capital. Muchos otros jóvenes contemporáneos suyos de la derecha se formaron bajo el alero de Eyzaguirre en las Universidades Católica y de Chile, entre ellos el actual director de El Mercurio Cristián Zegers, quien ayer fue uno de los primeros en llegar hasta su casa a dar las condolencias.
Fue con la llegada de Zegers a la cabeza del decano, en marzo de 2006, que Claro recompuso su relación con ese medio, quebrada cuando en 2001 la revista El Sábado lo eligió a través de una encuesta como el chileno más temido, relegando al general Manuel Contreras al segundo lugar y al senador UDI Pablo Longueira al tercero. Pero la recomposición de vínculos fue tan provechosa, que desde su columna en la página A2 Claro venía anticipando desde septiembre del año pasado el crash financiero en Estados Unidos, hecho que en esta hora de obituarios puso al alza su fama de gurú.Sorprendiendo a los ministros
Bautizado como el "hombre mejor informado del país", Claro hizo honor al apelativo a lo largo de su vida, dedicando tiempo y dinero a usar la información como commodity de sus negocios con "una visión de largo plazo" y "comprensión de lo que estaba en juego para la República", recuerda el economista Sebastián Edwards. Edwards formó parte de un grupo de profesionales de alto vuelo a los que Claro pedía reportes y análisis de coyuntura en diversas áreas, dispuestos a estar al teléfono si el empresario los necesitara consultar de algo. En dicha condición figuraron también los economistas Ricardo Caballero y José Luis Daza, un reducido staff de periodistas, y todo aquel profesional que Claro pensara que podía tener algo importante que decir en temas sectoriales. Algo que podía sorprender a los ministros más experimentados del Gabinete, a los cuales en ocasiones hacía comentarios alardeando de su conocimiento del trabajo y problemas sectoriales con lujo de detalles. Capaz de estudiar por horas reportes y documentos, según confesó en una entrevista reciente, Claro además realizaba encuentros mensuales del Diario Financiero donde eran invitados a exponer desde expertos internacionales hasta figuras de primera línea de la política. De los empresarios chilenos más acaudalados, Claro fue el que más importancia estratégica le confirió a la inteligencia financiera y demostró habilidad para usarla. En una columna escrita a página completa en el Financiero, citó el ejemplo del presidente del Banco Central de Israel, Stanley Fischer, para sugerir cambios en la política del Banco Central chileno. En los días siguientes, el titular de la entidad, José de Gregorio, el cual reconoce a Fischer como uno de sus mentores en macroeconomía, le hizo caso a las recomendaciones de Claro. Hombre de Iglesia
Parte de esa extraña y selecta categoría de "hombres de Iglesia", Claro inflaba el pecho como miembro de la Orden de San Silvestre, un mero título honorario que confiere el Papa y que no pasa de ser una medallita con esmalte dorado y la imagen del santo, el primer canonizado sin haber sido mártir. Pero lo inflaba porque, mal que mal, es una categoría honorífica, y él, que ya tenía todo lo material, en verdad lo que lo desvelaba era su honor y su lugar en la historia.
De hecho, su primer lugar poco honorífico en la encuesta de El Mercurio en 2001, hizo que montara en cólera y fuera personalmente hasta el edificio de Santa María 5542 a enrostrarle al director responsable, Juan Pablo Illanes, la afrenta a la que quedó expuesto en las páginas del entonces indiscutido diario de la elite (por la cual más tarde le enviaría una dura carta al dueño del periódico Agustín Edwards). Incluso, dicen, ahí mismo le dejó en voz alta el recado a Edwards de que compraría el vespertino La Segunda, cuya línea editorial admiraba en secreto, excepto por un editorial de ese medio que lo acusó con el dedo por haber apretado el play de la radio Kyoto esa noche de 1992, en lo que detonó el escándalo más bullado donde se vio involucrado: el Piñeragate. Y del que en privado se arrepentiría (ver entrevista a Tomás Jocelyn-Holt). Claro se molestó con Cristián Zegers, director de La Segunda en ese tiempo, por el editorial y se enemistó con él, argumentando que no le importaba que se publicara información del affaire Kyoto en el vespertino, pero sí que sentía la nota como algo personal. Zegers y Claro se hicieron amigos en la época universitaria y eran parientes políticos. Su viuda, María Luisa Vial, es prima hermana de María Cristina Vial Risopatrón, la mujer de Zegers. Sólo en los últimos años volvieron a tratarse. Algo que en el caso de la relación de Claro y Agustín Edwards, se mantuvo a nivel de cortesía profesional.
Pese a su talento empresarial y capacidad para predecir escenarios económicos, en el episodio de la Kyoto Claro demostró, que cuando se trataba de sus medios, se movía con la misma sutileza que un elefante en una cristalería.
No son pocos los que han sabido de esa ira, de esa cólera que le provocaba que se dijeran cosas de él. En público, como fue con Piñera. O en privado, como ocurrió en otro episodio mucho menos bullado, pero igual de mitológico en ciertos círculos, que protagonizó Claro contra el político y empresario de derecha Edmundo Eluchans. Fue en 1971 que se vio las caras con el fallecido diputado del Partido Nacional. Eluchans lo habría tildado de "eunuco impotente" en medio de una acalorada disputa profesional que escaló a lo personal (Claro no tiene descendencia). El empresario guardó silencio pero dejó pasar 12 años para ajustar cuentas. Esto ocurrió cuando Eluchans era dueño del 9% del entonces Banco de Constitución, una de las entidades quebradas durante la crisis financiera del 83. Ricardo Claro compró el crédito de un tercero contra el banco, se querelló contra todo el directorio, del cual Eluchans era vicepresidente, y lo mandó a la cárcel. Dos décadas después, las hijas de Eluchans, revivirían el incidente cuando Claro adquirió Capital, donde eran accionistas y altas ejecutivas, y pese al planteamiento del empresario de dejar el pasado atrás, optaron por dejar la exitosa publicación.
Hijo de Gumercindo Claro Matte, pariente de los Matte, Ricardo Claro, también tuvo su encontrón con el clan de Eliodoro cuando en 2004 el grupo decidió vender sus acciones de la Sudamericana de Vapores a Sebastián Piñera, lo que el empresario consideró una traición. La jugada, por parte de Piñera, le permitía tener un director en el directorio de la Compañía más emblemática y querida de Claro. Pero el dueño de Mega movió sus piezas y redujo de 11 a 7 los directores de la entidad, dejando fuera de la mesa al inversionista. En los negocios como en la vida, el que ríe último ríe mejor.
http://www.elmostrador.cl/index.php?/noticias/articulo/santificado_sea_tu_nombre
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29 de Octubre de 2008
Tomás Jocelyn-Holt cuenta inédito episodio del Piñeragate ‘’Claro quiso echar pie atrás de lo que había hecho, pero ya era muy tarde’’
El ex parlamentario y actual vocero del alvearismo revive su experiencia como panelista del polémico "A eso de..." transmitido en directo por el canal de Ricardo Claro en los 90'. Jocelyn-Holt fue testigo, ese domingo 23 de agosto de 1992, del peor momento de la carrera política del inversionista Sebastián Piñera. En el espacio, el político DC compartía panel con el actor y publicista, Jaime Celedón, quien era el conductor, los periodistas Jorge Andrés Richards y Pilar Molina, y el embajador de Pinochet en el Vaticano, Héctor Riesle.
Por Pablo Basadre
En entrevista con El Mostrador, Tomás Jocelyn Holt relata el encuentro que tuvo con el fallecido empresario luego que éste hiciera estallar la bomba noticiosa que derrumbó a la derecha en ese tiempo, especialmente al actual candidato Sebastián Piñera y a la senadora Evelyn Matthei, cuando ambos eran precandidatos presidenciales de la oposición, bajo el paraguas de Renovación Nacional.
Jocelyn-Holt recuerda que en ese encuentro Ricardo Claro se mostró arrepentido de lo que había hecho y evidenció que, a pesar de su habilidad e inteligencia en los negocios, en política dejó una marca de ineficacia que nunca más logró revertir. "Con el tiempo, si uno recuerda lo que era Chile en 1992, habían personas que podían influir en la política con hechos como éste, impensados, como de afuera de la cancha. Pero el tiempo demostró que los únicos que pagaron los costos de esa operación fueron quienes pertenecían al sector que el mismo Ricardo Claro quería ayudar. Destruyó todas las candidaturas presidenciales posibles y la derecha terminó con Arturo Alessandri como candidato", comenta el ex diputado.
-¿Qué recuerdos tiene de ese programa y de la época en que ocurrió el Piñeragate?
-El recuerdo que tengo de ese episodio no tiene que ver precisamente con el momento cuando Ricardo Claro generó el hecho político de la famosa radio Kioto, sino que a la semana siguiente, después de que hubo un reflujo muy grande y una enorme crítica de todo el mundo. Él me llamó por teléfono para conversar y me invitó a su oficina. Recuerdo que fue el mismo día que se produjo la renuncia colectiva del equipo. Lo extraño fue que cuando llegué, donde suponía me estaba esperando, uno de sus ejecutivos se acercó y me dijo que el encuentro no sería ahí y que por seguridad mía -algo que nunca entendí- proponía que nos reuniéramos en un lugar más discreto.
Me subí a un auto y llegamos a la calle donde estaba el Colegio Villa María. Cuando nos estacionamos, le pregunté a su ejecutivo dónde estaba él y me dijo: "En el auto que está ubicado adelante nuestro".
-¿Le pareció curioso el lugar que escogió? Fue como un encuentro de agentes de inteligencia.
-Fue todo muy extraño. Me bajé del auto y me acerqué al otro vehículo que estaba estacionado y de pronto se abrió una puerta. Ahí estaba don Ricardo sentado, esperándome. Luego se bajó su chofer y nos dejó solos. Fue todo muy bizarro, medio barroco. Antes de iniciar el tema por el que me había llamado, me aclaró que el lugar era escogido para protegerme. Yo no sabía de qué y encontraba insólito tener una conversación secreta en un auto con Ricardo Claro, con la impresión de que estábamos bajo el peligro de un ataque de no sé qué. Finalmente entendí que eso reflejaba mucho su personalidad, sus temores y un cierto nivel de paranoia.
-¿Qué hablaron ese día y cómo lo encontró usted?
-La verdad es que en esa oportunidad me encontré con un hombre que quería echar pie atrás respecto a lo que había hecho, pero ya era muy tarde. Él quería evitar una renuncia de nosotros y yo le dije que ya era muy tarde, que no había vuelta atrás. Le expliqué que la credibilidad del programa había sido herida en un ala, que era lo más importante con lo que podía contar un programa de corte político.
-¿Y qué le dijo él?
-Él creía que aún se podía recuperar lo perdido, pero le insistí que la credibilidad estaba destruida y que era imposible echar pie atrás. Le dije que tenía la impresión que había confundido el rol de político de un panelista dando una opinión, con el hecho de ser el dueño del canal.
-¿Alguien más sabía de la performance que tenía preparada para ese día?
-Con el tiempo supimos que uno de nosotros, Héctor Riesle, sabía lo que se venía ese día. Los viejos rostros del pinochetismo-¿Cree que era mucho el odio de Claro a Piñera?
-El era un hombre que quería influir y claramente no le gustaba Piñera. A Claro no le gustó Piñera hasta la muerte y reflejaba el sentimiento de muchas personas en ese sector (empresarial). A mi me parecía legítimo no estar de acuerdo con alguien, pero la pregunta que me hacía era cuáles son los medios para hacer valer esa opinión. No olvidemos que ese día había ido al programa a hablar sobre una condecoración papal, hasta que sacó la radio Kioto y terminó generando un hecho político que afectó a todos, el Ejército incluido.
-¿Qué es lo que le sorprende de Claro en todas estas instancias donde pudo compartir con él?
-Distingo su lado empresarial, vengo llegando de China y Sudamericana de Vapores es la empresa probablemente más internacionalizada que tiene Chile, donde hay un talento humano y de equipo tremendo. Pero siempre me ha sorprendido el divorcio entre su talento empresarial y su muy poco talento político. Él tenía olfato, pero no sabía cómo aterrizarlo.
-¿Y comparte el juicio de que en vida no logró convertir a Mega en un medio influyente en la elite?
-Creo que hoy día ese canal es muy distinto a lo que era en ese entonces. Pero él destruyó su propia obra, abusó de lo que cualquier dueño de un canal quiere para su propio medio de comunicación. No me imaginaría nunca a la dueña de The Washington Post, cuando estaba viva, haciendo una operación de esa naturaleza. A eso hay que agregar que su canal se encargó de captar a todos los viejos actores (periodistas) que estaban saliendo del gobierno militar, lo que lo convirtió en una especie de reducto de un modelo de televisión que no tenía razón de ser.
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